LA VISITA
(A Mariana)
Quizá no fue una oportunidad pasajera;
así como a veces quien implora lluvia
encuentra a la semilla labrando tierra.
Por eso no habían dado las seis y esperabas atento,
ese chasquido avizor al abrir la puerta.
Como muchas veces vi tu andar de paso,
con tu sombrero y barba gris, por la pradera,
dejando la avenida de La Misericordia,
bajando por la calle Amar hasta que te duela.
No llevabas el andar que usas para ciertas cosas,
sino el que cuentan los que saben,
el del séptimo día, a la hora de la siesta.
Esa tarde me llevaste un regalo,
Me dijiste: justo a tu medida,
trata de no mancharlo.
Y me lo envolviste en esa sonrisa tuya
que solo guardas para los que tu conoces,
y que piensan no pensarte la vida entera.
Te levantaste de la mesa para abrir la ventana,
Allá afuera, me decías, hace viento y sol con su pelo
asómate, ven, te prometo hace buen tiempo.
Y así la vi tan de repente,
vi su cara, detalle a detalle, cada gesto,
península encantada, hada de fuego
la luz de la verdad en cada niño
pronunciada en cada cuento.
No era como el ángel tres casas abajo
que a cada hombre calza un sueño.
O aquel que hace una nube con las manos
por cada rodilla que en tu nombre toca suelo.
Era ella como un agradecimiento anticipado,
de todo lo que es y me ha dado,
de todos sus años que son míos.
Porque ese palpitar suyo por nombre lo llevo,
su aroma de tarde recién llovida,
princesa preferida de tu pensamiento.
Y se le nota en la cara cuanto me quiere,
en la boca al decir buenos días,
que hambre, estoy cansada,
y yo quería crecer para entenderlo,
comprenderle para decirle luego,
que aquí de donde yo vengo, primero se ama
y se pregunta ¿Tú también? después de un tiempo.
Decirle que me platicaste de la muerte
y sus fechorías de la guerra y el hambre,
que no me importo la soledad, el no tenerle
todo el tiempo que uno aquí tiene.
Era el tacto de pensarle,
la angustia de perderle
la mala fortuna que dejase mi ventana
y no volviera sino como solo un recuerdo
de esos que duran lo que duras Tú y el cielo.
Entonces tome mi alma bajo el brazo,
ese regalo perfecto que Tú, mi amigo,
esa tarde habías llevado.
Y te dije: Jesús, supongo, Tú ya lo sabias;
si ella es mi Mamá, sabes,
voy a hacerle una visita.
Felipe León Lerma
(A Mariana)
Quizá no fue una oportunidad pasajera;
así como a veces quien implora lluvia
encuentra a la semilla labrando tierra.
Por eso no habían dado las seis y esperabas atento,
ese chasquido avizor al abrir la puerta.
Como muchas veces vi tu andar de paso,
con tu sombrero y barba gris, por la pradera,
dejando la avenida de La Misericordia,
bajando por la calle Amar hasta que te duela.
No llevabas el andar que usas para ciertas cosas,
sino el que cuentan los que saben,
el del séptimo día, a la hora de la siesta.
Esa tarde me llevaste un regalo,
Me dijiste: justo a tu medida,
trata de no mancharlo.
Y me lo envolviste en esa sonrisa tuya
que solo guardas para los que tu conoces,
y que piensan no pensarte la vida entera.
Te levantaste de la mesa para abrir la ventana,
Allá afuera, me decías, hace viento y sol con su pelo
asómate, ven, te prometo hace buen tiempo.
Y así la vi tan de repente,
vi su cara, detalle a detalle, cada gesto,
península encantada, hada de fuego
la luz de la verdad en cada niño
pronunciada en cada cuento.
No era como el ángel tres casas abajo
que a cada hombre calza un sueño.
O aquel que hace una nube con las manos
por cada rodilla que en tu nombre toca suelo.
Era ella como un agradecimiento anticipado,
de todo lo que es y me ha dado,
de todos sus años que son míos.
Porque ese palpitar suyo por nombre lo llevo,
su aroma de tarde recién llovida,
princesa preferida de tu pensamiento.
Y se le nota en la cara cuanto me quiere,
en la boca al decir buenos días,
que hambre, estoy cansada,
y yo quería crecer para entenderlo,
comprenderle para decirle luego,
que aquí de donde yo vengo, primero se ama
y se pregunta ¿Tú también? después de un tiempo.
Decirle que me platicaste de la muerte
y sus fechorías de la guerra y el hambre,
que no me importo la soledad, el no tenerle
todo el tiempo que uno aquí tiene.
Era el tacto de pensarle,
la angustia de perderle
la mala fortuna que dejase mi ventana
y no volviera sino como solo un recuerdo
de esos que duran lo que duras Tú y el cielo.
Entonces tome mi alma bajo el brazo,
ese regalo perfecto que Tú, mi amigo,
esa tarde habías llevado.
Y te dije: Jesús, supongo, Tú ya lo sabias;
si ella es mi Mamá, sabes,
voy a hacerle una visita.
Felipe León Lerma