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Las Mentiras de Abril - Mi novela (Adelanto 2)

2
El misterio de los detalles olvidados

Todos queríamos ser parte de un gran proyecto que nos eleve a la categoría de inmortales, todos queríamos convertirnos en una estrella del cielo que brille admirada por los ojos mortales. Algunos… aún no lo sabíamos.

Encerrado en la cárcel ficticia que creé en mi habitación me halló mi mejor amigo.
Sin comer, sin beber, sin salir. Me castigaba a mí mismo viviendo sin querer vivir y no muriendo con ganas de morir.
—Te ahogas en una pileta vacía —me animaba Raymundo—. En lo que le sucedió al señor Khan no tienes culpa alguna, ese viejo era un necio. Hiciste lo correcto.
—Lo correcto era estar con él hasta el fin de los tiempos: Era mi jefe. Yo lo quería como a un padre, no sé por que cometí esa cobardía.
Yo estaba inerte, sin mover una célula, sin signos de vida, con la mirada perdida, con el cuerpo en la cama y con la mente lejos… muy lejos de todo lugar, de toda realidad y de todo universo.
—Mucho temo no ser el tremendo electricista.
Raymundo intentaba inútilmente ajustar un foco de luz en la araña del pulverulento techo (faro que yo mismo había aflojado).
—De hecho es una de las pocas cosas en el mundo en las que yo no soy tan óptimo —agregó con su típica arrogancia—. ¿Por qué no mejor salimos de esta húmeda cueva y vamos en búsqueda de un par de chicas?
Mi amigo era muy gustoso de la buena vida y, principalmente, de las muchachas jóvenes.
—No quiero —respondí.
—Mm, tengo que admitirlo: La persona que organizó la muerte del jefe… fui yo.
—¿Qué? —reaccioné de inmediato con G18 en mano.
Raymundo echose a reír sin poder frenar la eterna carcajada.
—¡Eres un imbécil! —le reclamé—. No se bromea con esos asuntos. Debes tener más cuidado con tu carácter.
—El que debe tener más cuidado eres tú: ya dicen los gringos que quien es víctima de una mentira el primero de abril, será victima de mentiras durante todo el año.
Me fui otra vez a la cama, no estaba de humor para semejantes bufonadas. El se puso de cuclillas y se dirigió a mí con una mirada directa:
—Óyeme bien: Lo que hiciste no fue cobardía, fue sensatez. Eso es lo que te distingue de un escolta ordinario: Tú eres el cerebro que dirige las operaciones, y el cerebro de este cártel. Si no tienes una posición más prestigiosa es por tu falta de ambiciones.
—No necesito una posición más prestigiosa, ni tampoco la que ostento. Yo solamente…
—Sí, claro: “Tú solamente naciste en esto” —imitó mi voz de manera burlona—. Ya te oí muchas veces, Erin, pero posees un don, y hasta diría que eres el mejor (de no ser porque estoy yo, claro está).
Raymundo terminó de apretar el foco, pero la luz que se encendió no fue la de ella, sino la de mi portátil. Ambos nos quedamos consternados. Él procuró restarle importancia al extraño acontecimiento y continuó hablando:
—Acepta de una vez que tu jefe (el jefe de todos) murió, y tú deberías estar pensando en ascender, ¿si yo pasé de escolta a narcotraficante, por qué tú no podrías? —cuestionó con su espontaneidad—. Yo soy el mejor, pero tú tienes eso… Proyección: Sabes leer lo que planean los oponentes y adelantarte a ellos con inteligencia y precisión. Es una cualidad admirable.
—Sólo soy un arma… un arma que abandonó a la mano que le dio todo… Y nadie asegura que el Jefe esté muerto, aún no encuentran su cuerpo.
—Erin: Tú mejor que nadie sabes que los cuerpos nunca aparecen. Ha pasado un mes, “tu jefecito” no ha de volver.
Un silencio y una melancolía estridente me gobernaban, como desde aquel fatídico veintinueve de febrero en el que sucedió ese desgraciado incidente.
Es triste consagrar la vida entera a algo que un día desaparece y te deja sin nada. Eso era lo que tenía sin la inquebrantable lealtad hacia mi jefe: Nada.
Raymundo cogió un libro de mis desordenadas cajas y simuló que leía. En realidad, únicamente salteaba las páginas para delante y para atrás. Arqueé mis cejas.

O no sabe leer o el nerviosismo le delata su intención de abordar algún asunto perturbador.

—Escucha Erin —pronunció por fin—: Es necesario que seas conciente de lo caldeada que está la situación: El Cártel de Santiago se fragmentó tras la muerte de Samuel Khan. Adinolfi e Iturriaga se disputan el poder.
—¿Por qué debería importarme?
—Porque el señor Adinolfi te ambiciona como su mano derecha. Te vendrá bien, él es como nuestro padrino en el negocio y no tardará en convertirse en el nuevo Capo Máximo.
—Padrino tuve uno solo y ya no está. Además, el señor Adinolfi, con el aval de los otros jefes, decretó que no se investigara la muerte de Khan por catalogarla de “incidente aislado”.
—¿Cómo pretendías que obráramos? Prácticamente todo el país tenía razones para matar a Khan… Si investigábamos no íbamos a obtener nada, excepto tener a la policía y a la DEA respirándonos en la nuca.

No les interesa. Nadie mira más que por su propia ambición. En este desalmado mundo no hay tiempo para la lealtad.

—Como sea —le repliqué—. No apetezcas que trabaje para un cobarde como ese.
—¿Y que piensas hacer? ¿Salirte del negocio? Vamos, Erin, sólo en dos bolsas de basura lograrías eso.
—¿Es una amenaza?
Fue la primera vez que me levanté y lo enfrenté.
—¿Estás loco? ¡Soy tu amigo! —me golpeó el hombro—. Siempre quiero lo mejor para ti, y desde luego que no es este encierro.
>>Debes tomar una decisión.
—No tengo ganas.
—Respetaré eso, pero dime algo: ¿Si tuvieras que describir con una sola palabra a la asesina que los atacó, cuál sería?
—Hermosa —pronuncié casi como un acto condicionado y al instante reflexioné: En aquella ocasión pude distinguir en ella a una asesina profesional, entrenada y hasta destacada. Sin embargo, la adjetivaba con la palabra “hermosa”.
—Bien, existe otra mujer en el mundo… —emitió Raymundo mientras partía—. Ahora sé porque escapaste.

¿Que diablos quiso decir?

Contemplé en mi mente la escena donde la vi, como si aún permaneciera allí: La belleza de de sus piernas, los cuchillos en sus piernas, aunque presentía que ella tenía algo más prodigioso y temerario.

¿De que se trata? ¿Que hay de especial en ti?

Por un momento recordé la silla de Nogal con la que me protegí en aquella ocasión.

¿Silla de Nogal? ¿Qué hacía eso allí?

Era absurdo, pero más absurdo era que yo olvidara un detalle tan absurdo, porque si existe algo capaz de inquietarnos hasta ganarse un tedioso lugar en nuestras mentes es lo absurdo.
Una visión me fue transportando a la otra: De la asesina a la silla de Nogal, de la silla de Nogal al misterioso Minidisc que desató la furia de Khan, de la furia de Khan al altercado con ese anciano.
¡El anciano! ¿Cuál era su nombre?
Arturo Dan Isakson.
Algo volvió a sacudir mi interior. Alcancé a Raymundo justo en la puerta de retirada de la casa.
—Ray: voy a reunir a mis hombres. Pero en este momento necesito que tú me ayudes a investigar a alguien que, según creo, estuvo implicado en la muerte de mi jefe.
—Me place lo de tu regreso, aunque eso de las venganzas personales…
—¿Vas a coadyuvarme o no?
—Ah, ya dicen que “el primero de abril los burros van donde no deben ir.”[1] —asumió con resignación pero con presteza.
—Gracias.

Me sentía absorto…

¿Por qué olvide detalles tan importantes: La silla de nogal, el MiniDisc, la presunta asesina de mi jefe, el científico sospechoso de ser el autor intelectual? ¿Qué fue lo que me hizo olvidar todo eso?
Como sea, voy a encontrarlos a todos, voy a demostrar que la lealtad hacia una persona va más allá de la muerte.
Finalizaba mi corto letargo. Iniciaba mi expedición hacia la venganza. Dan Isakson o quien fuera el autor de la muerte del jefe… la pagaría con sangre.

* * *

Nos procuramos un coche de alquiler con el que partimos de mi parcela en Maipo hacia la morada del viejo en Santiago Centro. Merodeamos de forma sigilosa.
Tal como lo había conjeturado, Dan Isakson se había mudado inmediatamente después de la muerte de Khan. No obstante, era necesario investigar a las personas que ocupaban su antigua vivienda. Debía comprobar si eran los nuevos dueños del terreno o empleados encubiertos de mi sospechoso.
La psicosis en este tipo de trabajos es el arma primordial. La mentira en este mundo es lo que más abunda: es mentira lo naturalizado y lo que se jacta de ser civilizado; es mentira la apariencia y lo irrefutable de la ciencia; es mentira en los rostros la bondad y a veces la maldad. Es mentira todo… inclusive la verdad.
En setenta y dos horas de estricta vigilancia, el señor y la señora Amaya no realizaron ningún movimiento llamativo.
Eso no era suficiente para descartarlos como posibles cómplices, necesitaba pruebas más concluyentes.
Por eso, la mañana a posteriori, los visitamos usando placas y uniformes falsos de policías. Alegando que Dan Isakson estaba bajo investigación federal, les demandamos todos los documentos legales propios y los referidos a la transacción del inmueble.
No se mostraron reacios a colaborar. Por el contrario, fueron amables y nos enseñaron que todos sus títulos eran legítimos.
Sin embargo, mi entrevista escondía una finalidad oculta: Si ellos eran informantes, no tardarían en comunicarle a su patrón que dos presuntos policías habían estado preguntando por él.
Así que Tobías Lambert, mi experto en redes y tecnología, les había pinchado todas las líneas de comunicación ya antes de mi visita.
El hacker rastreó todas las llamadas, mensajes y correos electrónicos. Me los enseñó y no advertí nada sospechoso en ellos.
Ulteriormente de una semana de estudiar severamente a los jóvenes cónyuges, concluí que no tenían implicancia alguna en el asunto.
Únicamente me restaba recalar en los datos del viejo, obtenidos a través de los registros de transacción: Nada.
Dan Isakson fue lo suficientemente ávido para deslindarse de toda huella que cualquier curioso pudiera rastrear.
No era para menos, dada la mala relación que había mantenido con Khan, Arturo sería conciente de que más de un mafioso lo acecharía. Culpable o no.
Procuré calmar mis emociones y desistir de rejuntar enredosos datos que no conducían a nada para detenerme en un aspecto clave: La relación entre Samuel Khan y Arturo Dan Isakson.
La pegunta era, ¿cuál era la naturaleza de esa relación?
Mi jefe solía tratar algunos asuntos como si fuesen verdaderos secretos de estado, y, pese a ser yo su mano derecha y el hombre al que le confiaba usualmente todo, nunca me había hablado mucho sobre el sujeto en cuestión.
Apenas lo había mencionado como el director de su proyecto más importante: El Proyecto M. pero…
¿Qué es el proyecto M?
Si hasta su nombre es ambiguo: la M es la inicial de un sinfín de palabras...
También se refirió a Dan Isakson como un proveedor de armas bélicas, pero yo estaba al corriente de que eso era una mera pantalla para encubrir algo, pues Khan únicamente compraba armamento a traficantes extranjeros.
Lo del fabricante de armas es una mentira… salvo que Dan Isakson haya fabricado para Khan un arma especial...
Busqué y busqué y en ninguno de los archivos a los que accedí logré encontrar información relevante.
Diablos, cuanto más me inmiscuyo en este caso más desorientado estoy.
Pensaba y pensaba y a nada llegaba. El hombre que buscaba permanecía desaparecido y mi investigación en pañales.
¿Dónde puedo obtener un maldito dato que me sirva de guía para empezar?
Me sentí perdido en un oscuro laberinto… hasta recordar la irrefutable ley de la simpleza: Los seres humanos, en el afán de resolver un dilema y cegados por nuestro insulso dios que es la razón, tomamos la senda más compleja en lugar de buscar en lo obvio.
Y el lugar obvio era la Mansión de mi jefe.
Seguramente sus habitaciones ocultaban algún oscuro secreto que, de ser revelado, le otorgaría algo de luz a este caso.
Conocía el mapa para acceder a semejante oportunidad: La viuda de Khan, una joven tan excéntrica como bella.
Tiempo sin verte… nuestros destinos volverán a cruzarse.

* * *

Raymundo y yo marchábamos rumbo a la Mansión. Mi chofer Carlo conducía el Ford Mustang por la Autopista Central. Era un aliciente sacar la cabeza por la ventanilla y respirar un aire que si bien no era del todo puro, era muy diferente al aire de ciudad. Los pulmones se sentían amenos, yo igual.
Los campos, los pueblos y las ciudades pasaban ante nosotros dejándonos un saludo cordial.
Todo fue pacífico… hasta que a quince kilómetros de la meta, sentimos el vidrio trasero hacerse añicos por un disparo: Tres Hummer altamente equipadas nos estaban hostigando.
Estábamos preparados para una visita, no para un combate, así que utilicé la radio para convocar el refuerzo de mis hombres. Mientras llegaban debíamos resistir como pudiéramos.
Carlo era un hábil piloto que consiguió evadir al enemigo durante unos quince minutos en la ruta que ascendía por el cerro.
Ulteriormente, una de las Hummer nos dio alcance y procuró empujarnos hacia el barranco. Carlo supo maniobrar y hacerlos caer en su propia trampa… ni siquiera una camioneta tan fuerte toleró una caída de más de noventa metros: explotó al instante.
Los perseguidores anónimos aún conservaban la superioridad, y las crueles descargas de sus ametralladoras estaban a punto de destruir nuestro frágil auto.
Afortunadamente, los refuerzos llegaron a tiempo: Garrido acudió en una Chevrolet Suburban de blindaje cuatro y la posicionó delante del Mustang para protegernos.
—¿Cuántos hombres trajiste? —le preguntaba Raymundo a los gritos.
—Somos cinco —contestaba Garrido en tanto balas iban y balas venían.
—¿Cinco? ¡Eres más bruto de lo que creía! ¡Ellos deben ser aproximadamente una docena, y tú solamente traes cinco!
—Lo siento, Don Sánchez. Rejunté los hombres que pude, solamente así logré llegar a tiempo.
En medio de la discusión y el tiroteo, uno de los enemigos se subió encima de la Hummer con una bazuca en sus manos.
Íbamos a ser exterminados, ni siquiera la Suburban estaba preparada para una ofensiva de ese tipo.
El enemigo tiene un mejor equipo bélico. Yo, un mejor equipo humano.
Ulises, mi lanzador de cuchillos, fue más rápido que el hombre de la bazuca: arrojó un Muela 80L–15 por la ventanilla de la Suburban y liquidó al francotirador.
La bazuca cayó al suelo cargada.
Si conseguimos alcanzarla antes que ellos, la batalla se inclinará a nuestro favor. Es nuestra única esperanza.
La Suburban abrió su puerta trasera. Por ella se arrojaron tres de mis soldados: Menezes, Luque y Darinicz.
Tras el ruido de las ametralladoras enemigas, mis tres hombres sucumbieron.
Sus sacrificios no fueron en vano, me brindaron el tiempo necesario para llegar a la bazuca y disparar.
Los seis asesinos volaron en pedazos junto a su Hummer.
El segundo objetivo había sido destruido. Los sicarios que quedaban, se desprotegieron en pos de causarnos cualquier daño con sus fusiles.
Pero la explosión nos había concedido tiempo para agruparnos detrás de la camioneta y afrontar el tiroteo de metralletas.
Garrido no cesaba de disparar con su poderosa M16 en modo automático, esperando que alguna de sus muchas municiones le acertara a algo. Era su bullicioso estilo.
Raymundo lo miró con resignación, cogió su Colt y me hizo una seña:
—Erin: Los viejos tiempos nos llaman.
Recé para que “la cobra plateada”, como yo denominaba a mi preciada G18C, no me volviera a abandonar.
Nos posicionamos y cruzamos nuestros disparos.
—Mi Colt Anaconda y yo eliminamos a dos —presumió a las risas—. ¿Cuántos llevan tu viborita austríaca y tú?
—¡No es un juego, Raymundo! —le achaqué— ¡Concéntrate!
—¿Cuántos llevan? —insistió.
—Tres.
—¡Rayos! Te venceré, Erin.
Raymundo tuvo que resignarse al ver que ya no quedaban enemigos: Los cuatro restantes se desplomaron al unísono tras estocadas certeras de los cuchillos voladores de Ulises.
Vencimos.
Suspiré aliviado, había jurado que no viviría para contarla.
—Ahora es necesario saber si alguno de ellos sobrevivió —les informé—. Ojala así sea porque ansío dar con el maldito que quiso poner fin a nuestras existencias.
Buscamos vida en las víctimas del hombre de los cuchillos, supusimos que tendrían más probabilidades de haber sobrevivido…
Nos equivocamos: Ulises era más letal con un cuchillo que nosotros con cien armas de fuego. No en vano se había graduado en las altas academias de Israel desde temprana edad, destacándose como experto en armas blancas.
Seguimos buscando, cada uno por su parte.
De pronto y sin notarlo, me había alejado de los otros. Hallé a un sobreviviente postrado en el campo de batalla, mas al levantar la vista hacia el páramo, supe que no estábamos solo: Desde la niebla, un extraño ser con vestido y maquillaje de muñeca rusa, me estaba observando.
Me acerqué a él.
—Erin Michels —crujió sus pesados dientes—: El duelo acaba de empezar. Me dirás quién es el predilecto…
La escena fue tan fulminante como onírica, cual si se tratara de una alucinación.
—¡Erin! —escuché un grito lejano. Al voltearme divisé a Raymundo acompañado por los otros.
Incontinenti giré para volver al extraño ser… Ya no estaba.
¿Qué rayos fue eso? ¿Un sueño? ¿Un espejismo?
Lo único que quedaba en el páramo era el sujeto herido.
—El objetivo aún respira —se apresuró Ulises a chequear al moribundo, incontinenti le colocó esposas en las muñecas—, tiene un impacto de bala cerca del corazón.
—Nos cargaremos a este desgraciado y lo curaremos— le ordenó Raymundo a Carlo, privando de su mirada a Ulises—. Cuando despierte nos va a decir hasta el nombre de su bonita madre.
—Por favor, trasládenlo al Galpón Tres —les pedí—. Garrido los escoltará. Yo llevaré a Ulises conmigo a La Dehesa.
—¿Piensas a ir a la Mansión luego de este terrible ataque? ¿Estás tocado o tienes ideas suicidas?
—Nada de eso. Si el enemigo es inteligente, y creo que lo es, no volverá por nosotros hoy.
>>Cuiden bien al rehén y encárguense también de la Hummer que adquirimos. De una u otra forma descubriremos al autor intelectual de este asalto.
—De acuerdo. Te veo en el galpón Tres.

Quisiera que vinieras conmigo, Raymundo, pero en nadie confío más que en ti para semejantes encargos.

Apenas había emergido de mi oscuridad y ya me querían cazar. Algo me decía que quien codiciaba mi muerte era el mismo que había orquestado la de mi jefe.

“El duelo acaba de comenzar…” “El predilecto” ¿Qué significa todo eso?
Ha de ser un espejismo. No le conferiré importancia. Lo importante es que la magnitud de este ataque indica que el enemigo es un señor tan adinerado cual influyente y poderoso… Dan Isakson nunca reunió semejantes atributos. ¿De quién se trata?
Mientras Raymundo intentaba obtener respuestas a través del rehén, yo las buscaría en la viuda de Khan.
Este caso no será tan fácil como lo presumí. De hecho, presiento que va a ser el reto más difícil de mi vida.

[HR][/HR][1] Refrán tradicional de Galicia, mencionado “El día del pescado de abril” que evoca a “esos días que no existieron”.
 
Última edición:

Maese Josman

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Amigo mio, ya te lo dije en el anterior, una pasada de obra que te tiene en vilo todo el tiempo y hace que pasen los renglones sin enterarte, se hace corta y eso dice mucho de tu más que interesante obra. Recibe un abrazote de tu amigo José Manuel// Maese Josman.
 

NelRamírez

Miembro Conocido
Yo sinceramente me quedo sin palabras, pero con ganas de leer más y más...
Me encanta... Tu amiga Nel estará atenta a los avances para leerlos todos.
;)
 
Wowww, y yo que me había saltado este capítulo! Pura acción!
Me encantó estimado Fabian!
que me lo imagino y de verdad que veo claramente cada circunstancia! La basuca, los cuchillos (me cae de mil maravillas Ulises!)
pero de verdad, mis felicitaciones sinceras, al igual que muchos abrazos!! :)
 
Wowww, y yo que me había saltado este capítulo! Pura acción!
Me encantó estimado Fabian!
que me lo imagino y de verdad que veo claramente cada circunstancia! La basuca, los cuchillos (me cae de mil maravillas Ulises!)
pero de verdad, mis felicitaciones sinceras, al igual que muchos abrazos!! :)
Heraldo, amigo mío: No imaginas cuanta alegría me dan esas palabras tan sinceras y genuinas. Crear es maravilloso, pero compartir es aún mejor. Y cuando siento ese agrado por ciertas escenas personajes, siento que estoy cumpliendo mi cometido. No me queda más que decirte más que un enorme GRACIAS :D
 

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