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Las Mentiras de Abril - Mi novela (Adelanto 3: Secretos dentro de Secretos)

Secretos dentro de Secretos (Capítulo 3 de mi novela "Las Mentiras de Abril")

3
Secretos dentro de secretos
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La Dehesa, ubicada al noroeste de Santiago, es una comuna de las más exclusivas de la capital, ya que en épocas contemporáneas las personas más adineradas se mudaron hacia allí movidas por la codicia de tener un espacio completamente privado.
La Mansión Khan, a su vez, se ubica en una superficie aislada y es todo un bunker: Altas murallas, guardias armados en los portones, francotiradores en los techos y quien sabe cuantas otras precauciones.
No me resultaba sospechoso: Siendo la mujer de un jefe caído de la mafia, la viuda tenía la obligación de mantenerse alerta.
Posiblemente sus cámaras de seguridad de largo alcance observaron a una camioneta blindada arribando, y ella no titubeó en demandarle a su equipo acudir al sitio.
Sin embargo, al anunciar mi nombre, la psicosis concluyó. El capitán de la escolta recibió una orden para dejarme cruzar libre y sin pesquisa alguna.
Atravesamos los luengos y coloridos jardines respirando sus frescos aromas, entre los cuales destacaban el del Geranio limón.
Desde la puerta principal, el mayordomo nos guió por el encerado y brilloso piso rumbo al salón de visitas, un lugar espacioso revestido con suntuosos sillones de piel de anilina y una mesa de Cristal Swarovsky adornada con jarrones árabes del siglo XI.
Allí nos esperaba la joven viuda, sentada con las piernas cruzadas. Su corta falda era un camino muy tentador, aunque no más que su delicado escote que resultaba una invitación constante hacia sus majestuosos pechos. Un detalle que la asemejaba a una de esas voluptuosas vedettes argentinas. De hecho, era argentina, y, de hecho, creo que fue una vedette bastante conocida antes de casarse con Khan a sus diecinueve años de edad. Después de transcurridos dieciséis, ella lucía igual de bella o aún más.

—Tiempo sin verte, mi apreciado Erin —sonrió con picardía al notar que mis ojos se posaron en la parte más tentadora de su cuerpo.
Nos invitó a tomar asiento.
—Erin, consentí que me abandonaras y te marcharas a vivir a tu hacienducha en el Cajón del Maipo, mas nunca creí que tu ausencia duraría tanto tiempo. Fue un grave error de tu parte —con refinados gestos le efectuó una seña a su mayordomo mientras proseguía hablándonos —¿Romagneé Conti o Don Perignon?

La botella de champagne de Don Perginon estaba cotizada en unos cinco mil dólares y no era tan valiosa como el vino Romagneé Conti de siete mil euros. Y es que Madeleine de Khan, además de bella y rica, era toda una excentricidad.
Ulises no contestó, el silencio era su hábitat natural.

—Champaña por favor —pedí para los dos.
—Mm, entonces beberemos vino: ¡Odio hacerle caso a los hombres! —sentenció Madeleine con una carcajada al tanto que descorchaba la botella al estilo de un corredor de la Fórmula Uno, evidenciando lo lejos que se hallaba de un estado de luto.
—Ahora quiero saber porque es tan grave mi error —le pregunté colocando mi brazo a lo largo de la mesa de fino cristal—. Si es que se puede catalogar de error.
—¡Error y con mayúscula! —remarcó la voluptuosa—. Te atormentas por algo en lo que no tienes culpa alguna. Mal que me pese, mi marido era un idiota, un inválido al que tú le empujabas la silla de ruedas. Él estaba seguro de que nunca le fallarías, y un día le fallaste. Eso es todo.
—Me asombra la fría forma con la que habla de su marido, señora de Khan.
—¿Por qué? El está muerto, y punto. No hay que penar por los muertos, hay que disfrutar por los vivos y con ellos… A propósito, Erin: ¿Señora de Khan? ¡No seas ridículo! Nos conocemos de jovencitos. Para ti soy Madeleine.

Madeleine es una mujer pragmática si las hay, y vaya que las hay escuchándola a ella.

Una cosa es adjudicarse a sí mismo haber cerrado una etapa y comenzado una nueva; otra muy diferente es hacerlo de verdad. La debilidad en los gestos y en las palabras acaba por delatar a aquel que intenta, con empeño pero sin éxito, retornar a la vida.
Madeleine no tenía nada de tambaleante, por el contrario, mostraba con naturalidad la convicción inamovible de quienes sin creer en la verdad saben transformar la idea en verdad. Pues la verdad en estado puro es utopía, y la idea es una utopía siempre realizable.
—Oh, Erin, a veces eres tan descortés… Ni siquiera me presentaste a tu amigo.
—Serghi —adelantose él sin evitar el hechizo que lograban los pechos de Madeleine en todas las miradas—. Ulises Serghi para servirle.
—Oh, que bueno escuchar eso señor Serghi, porque en este momento me serviría de mucho yendo a dar un paseo por el jardín… Solo.
Ulises acató la poco sutil orden de la viuda.
Madeleine se levantó, se dirigió hacia mí con lentitud, me acarició la espalda, la masajeó, y con un mordisco en el oído me susurró:
—Por fin estamos solos.
Dominado por los nervios, traté de distraerla con otro asunto: le conté sobre el ataque recibido anteriormente y le pregunté si tenía idea de quién podía haberlo ideado, intentando adivinar si ella estaba implicada.
Con indiferente serenidad me respondió que no sabía nada al respecto y volvió a darme otro mordisco. Yo procuraba evadirla.
—Pronto estaré al tanto de donde provino el ataque, y, sea quien sea, le cobraré las tres muertes de mis hombres.
—¡Eres tan gallardo!
De un arrebato me abrió la camisa negra, subiose como una gata por encima del sofá y me jaló hacia ella.
—¿Qué haces? Yo siempre he sido leal al jefe: Tu marido.
—Mi marido está muerto, y punto.
Rozó su exquisita piel con la mía, respiré de su embriagador perfume de mujer.
—Mm, a los muertos no les duele nada—agregó—, y deberías saber…. Que yo siempre te he deseado.
—Voy a retirarme, esto no corresponde.
—Claro que corresponde, señor Michels —alzó su voz con un tono imperativo—: Mi marido era su jefe y está muerto. Eso significa que ahora su jefa soy yo… y lo primero que le ordeno es que me haga el amor. ¡Ya! ¡Hágame el amor, señor Michels!

Como si me importaran tus autoritarismos.

Nunca la vi como a una jefa de la índole del patrón Khan. Empero, cuando empezó a desabrochar su blusa, cuando se quitó el corpiño, ya no me pude contener: Me dejé llevar por su prodigioso cuerpo de mujer que se abalanzaba sobre mí.
Besos iban, besos venían… besos.
Las manos de los amantes fluían libres con ímpetu por el río de sus cuerpos. Mi boca escaló la cordillera de sus pechos y la recorrió de punta a punta.
No pregunté ya dónde estaba, poco me importaba, aunque bauticé esos montes con el nombre de “Éxtasis”.
Nos hicimos el amor una y otra vez. Su desnudez era una invitación a volver, era el tipo de lugar al que después de entrar no puedes dejar de hacerlo. Tan sólo anhelaba salir para volver a entrar… muchas veces consecutivas y sin parar.
Los cuerpos sudados querían más, los alientos agitados y revolucionados parecían estar a punto de destrozar los límites.
Fue pasión y explosión, fue un volcán que ardió hasta dejarme en cenizas. Simplemente… fue grandioso.
—Creo que habías venido aquí a pedirme algo —asumió subiéndose la falda—. Ahora ya puedes decirme que necesitas… lo más importante está hecho.
No contesté. A pesar de la urgencia, el asunto se había borrado por completo de mi mente tras el semejante placer recibido. Quedé en blanco, y, para peor, no tenía aire ni para hablar.
—¿No piensas decírmelo, Erin? —se burlaba ella que no parecía ni la mitad de fatigada que yo.
Esta mujer es una maquina de guerra.

—¿Erin?
—Ah, sí —recordé por fin—. Necesito todos los datos que Khan haya archivado de Arturo Dan Isakson.
—No conozco ese nombre. Poco interés tenía en los amigotes de Samuel, asumí que eran tan aburridos como él.
El sabor amargo de su respuesta intoxicó mi alma. Ella lo notó, pareció sentir pena.
—Sin embargo, puedo abrirte la puerta del lugar donde guardaba sus archivos ultra secretos… ¿Ultra secretos? —estalló en carcajadas al emitir tal palabra—. De desearlo le habría quebrantado esa privacidad a mi antojo, pero era tan aburrido todo lo que a ese viejo concernía que ni siquiera me contagiaba ganas de robarle nada.
—Ya veo, ¿puedo preguntarte de que forma conseguiste abrir esa pieza?
—Claro que no. Las mujeres atesoramos nuestros propios métodos y tú nunca deberás indagar sobre ellos —rozó su cuerpo con el mío y cuando intenté tocarlo, lo retiró.
Después de sus juegos de seducción, reanudó:
—Cuentan que eres el mejor de los guerreros de este cártel, que eres un virtuoso, aunque veo que de mujeres sabes poco… En todos estos años jamás te he visto con una chica en relación formal, salvo aquella niña de cabellos de Pocahontas, aquella niña de nombre…
—No, por favor —me apresuré a interrumpirla al tanto que las lágrimas bañaban mi rostro y caían sobre mi muñeca desnuda, cual la sangre de una cicatriz abierta.

Aún no consigo arrancarme el recuerdo de esa muchacha. El solo hecho de escuchar su nombre es una catana que me destaja el alma.
—Ay, no es que me interese hablar de tu tonta novia de hace diez años. De hecho, odio a la gente que se estanca en el pasado. Espero que no arruines esto con tu estúpida melancolía de siempre.
Su reacción fue brusca, pero a pesar de aparentar ser dura, creo que mis lágrimas la tocaron por dentro.
Madeleine suavizó su voz…
—No lo arruines, por favor, esto se trata de diversión y nada más, ¿okay?
Madeleine acarició mis labios. Yo imaginé que era aquella tierna niña de mi pasado, hasta pude revivir aquel tiempo en que sus dulces palabras acariciaban mis oídos:
Erin: veo en tus ojos una profunda tristeza. No sé que te hicieron, pero si algún día necesitas volver a creer, yo estaré; cuando no puedas ver, mis ojos te obsequiaré; y si apremiaras vida… la mía yo te daría.

—¡Basta Erin! ¡Deja de soñar despierto! —la voz de Madeleine me bajó de mi deleznable cielo con la potencia de un trueno—. Te digo que detesto que vivas en el pasado.
—Pero yo sí quiero hablar de mi pasado.
El recuerdo de mi amada me devolvió algunas interrogantes…
—¿Cómo me convertí en esto que soy? No pude haber nacido como un asesino, pero desde que tengo conciencia he trabajado para Khan como si mi vida comenzara con él.
—Y de alguna manera puedo decirte que así fue.
Madeleine se fue hacia la ventana y dirigió su mirada hacia el moribundo atardecer en el horizonte escarlata.
—Nunca supimos de dónde llegaste ni quien eras, en todo caso esa vida tuya terminó en el preciso momento que Samuel te conoció… justo cuando recibiste una bala destinada para él.
—¿Recibí una bala?
—¿No lo recuerdas? Fue hace quince abriles y tú tendrías quince años o menos. No sé si fue la culpa lo que lo motivó, ha sido la única vez que vi a ese imbécil de Samuel obrar con humanismo: Contrató a los mejores doctores para salvarte, aun sin conocerte. Cuando por fin lo logró, te sentiste tan agradecido que juraste dedicar tu vida para protegerlo.
—Entiendo —acepté con lágrimas en los ojos—. El me salvó y yo lo dejé morir.
—Odio cuando te pones tan sentimental, me pones tan incómoda… Así nunca podré sentir que lo nuestro se trata de un simple juego, que no hay nada más.
—Me molesta —reforzó—… me molesta y me fastidia. ¡Vete!
No me quedó más que acatar sus órdenes: fui a buscar a Ulises al jardín. Cuando retornamos a la mansión, Madeleine nos guió por unas largas galerías hasta la sala de archivos que ya estaba abierta y preparada para que yo husmeara dentro de ella.
—Puedes tomarte el tiempo que necesites, y que te sirva para despejar de tu mente esas nubes pintadas de gris por la melancolía, pues cuando termines con tu cometido, quiero acabar lo que empezamos… y tienes la obligación de complacerme —me advirtió mordiéndose los labios y frotándose una pierna con la otra.

* * *

Ulises y yo nos internamos en el misterioso Archivador. Era un espacio tétrico. Su lúgubre luz te hacía sentir flotando en un vapor de humo. En contraste con el resto de la suntuosa mansión, era la única pieza que hedía a humedad y a polvo.
—¡Mire! —Ulises me señaló una pintura en la pared—. Es “Still Waters” de Rob Gonsalvez, un exquisito pintor canadiense que…
Se calló porque lo observé con estupor: Nunca lo escuchaba emitir tantas palabras consecutivas, únicamente cuando mataba mostraba algo de entusiasmo. Repentinamente, resultaba ser un prolífico crítico de arte.
Me daba alegría comprender que era más que un arma (alegría y una deprimente envidia).
—Es un pintor canadiense que…
—No es pertinente —lo volví a interrumpir, pero en esta ocasión verbalmente—. Concéntrate en lo que hemos venido a buscar.
El archivador hallábase muy desordenado, con anaqueles repletos de carpetas que debíamos chequear una por una.
La búsqueda se fue tornando más y más ardua.
Las agujas del reloj se burlaban de nosotros que continuábamos sin encontrar nada de nada.
La pieza parecía tener una extraña magia sobre la visibilidad de los ojos, cual si la cubriera con una espesa niebla.
Ulteriormente de una exasperante hora y media, finalmente distinguimos el nombre de nuestro objetivo en un sobre ubicado en el vigésimo noveno estante pesquisado.
—¿Qué es esto? —expresé con desconcierto al enterarme que dentro del sobre había otro sobre que era el mismo y dentro del mismo otro que era el mismo.
Parecía tratarse de una oscura magia dantesca, y, cuando por fin encontramos correspondencia dentro del sobre mil y uno, sentimos llegar al cielo para bajar al infierno de un solo golpe: Las cartas estaban escrita en códigos que, por más que intentábamos e intentábamos, no podíamos descifrar.
—Observe lo que encontré —Ulises había hallado, en otro de los estantes, un sobre diferente…
¿Qué? Éste sobre tiene inscripto mi nombre.
Al abrirlo me sucedía idéntico que con el del anciano: Un sobre dentro de un sobre dentro de un sobre dentro de un sobre…
Ulises se mantenía deslumbrado por la pintura de Rob Gonzalvez. Yo aspiraba a encontrar algo más que un sobre dentro de un sobre… hasta que me cansé.
No podía seguir perdiendo el tiempo. Me decidí a hacer lo que tenía que hacer.
—Ulises: nos llevaremos los sobres, no hay opción. Reza para que la viuda nos lo permita.
Asintió con la cabeza.
No me detuve, avancé con carpetas en mano.
Aflorar del archivador a las galerías de la mansión fue como atravesar un portal galáctico, como saltar de una dimensión a otra.
—Madeleine: He encontrado material que podría ser valioso para mi investigación. Necesito tu permiso para llevármelo.
—¿Qué Permiso? ¡Por mi llévate todas las porquerías de ese viejo detestable! —me contestó con desaire mientras meneaba su bella melena de color cobre rojizo.
—Aunque ahora que lo pienso… —se retractó— esos son documentos ultra secretos… si los quieres deberás pagar por ellos.
—Me parece perfecto, dime cuánto dinero pides y…
—Basta Erin —me atenazó de la camisa para arrojarme con arresto hacia sus pechos—. No estoy hablando de dinero, sino de otra forma de pago. Ya sabes…
Ulises apresuró su retirada antes de ser expulsado nuevamente.
—Lo espero en la camioneta, jefe.
Yo me preparaba para convertirme otra vez en la víctima sexual de esa querendona mujer.
Odiaba sentir que poco después de la muerte del jefe al que quise como a un padre, lo traicionaba acostándome con su esposa. Aun así, tenía que hacerlo, necesitaba esos datos para averiguar quien lo había asesinado. Necesitaba ensuciar su memoria para poder limpiarla…
Por otra parte, ella me gustaba… demasiado.
Durante dos horas me tuvo atado a un jacuzzi colmado de espuma, sales y rosas. Cuando finalmente me liberó de la más excitante de las torturas, me hallé más desgastado que después de haber librado la más letal de las batallas.

Soy bueno para el sexo, pero esta mujer es invencible.

este capítulo no termina aquí, continua en http://versoscompartidos.com/threads/2674-Las-Mentiras-de-Abril-Mi-novela-(Adelanto-2)
 
Última edición:

NelRamírez

Miembro Conocido
Yo es que empiezo un relato tuyo y no lo quiero soltar...
Qué enganche tiene esta novela. Me encanta.
Este capítulo ha sido leído en la radio del foro.
 
Un capítulo muy intenso estimado Fabian!
Me encantó lo de la Catana, el cuadro del gran Rob, aquel amor que recuerda Erin...
este episodio ha estado lleno de maravillosos detalles!
Y esta parte que matiza la pasión con una luz de dulzura, muy bella:

"No sé que te hicieron, pero si algún día necesitas volver a creer, yo estaré;
cuando no puedas ver, mis ojos te obsequiaré; y si apremiaras vida… la mía yo te daría."


Ha sido un gusto pasar!!
Abrazos sinceros!! :)
 
Muchas gracias, Amelia... pronto subiré nuevos capítulos. Y muchas gracias amigo Heraldo por tus palabras que me emocionan, me encanta que te haya gustado ese párrafo, pronto subo el siguiente :)
 
Última edición:

Maese Josman

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Fabian macho, cuanto más leo más me engancha tu libro, es una pasada, solo que algunas palabras son de tu tierra o de por allí y me suenan raro pero eso es lógico y no son tantas, por lo demás chapo, te del uno al diez un veinticuatro jejeje. Un abrazote amigo mío. José Manuel//Maese Josman.
 
Fabian macho, cuanto más leo más me engancha tu libro, es una pasada, solo que algunas palabras son de tu tierra o de por allí y me suenan raro pero eso es lógico y no son tantas, por lo demás chapo, te del uno al diez un veinticuatro jejeje. Un abrazote amigo mío. José Manuel//Maese Josman.
Manuel, ¿Qué decirte? Siempre es un placer tener a un gran amigo como tú, dejando su huella:)
 

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