Hoy llovió sobre mi alma,
tempestades de golondrinas
gotas rotas y cristalinas
de fangales trocados en calma.
Olía a peligro el silencio,
pues se apropiaba la soledad
de la carne herida y pútrida,
sangrando besos de recuerdos.
Un blues sonaba con su llanto,
hasta dejar la piel congelada;
en esa huella enmarañada de tristeza
me encontró el andén de la tarde.
Con el silbó de un tren furioso
se escuchó el ruido de la llave,
giré, lentamente sin entender nada
y una luna de sonrisas, me deslumbró.
No hubo palabras ¿para qué?
un abrazo eterno de estrellas,
hizo trizas la melancolía
que trastornaba el universo.
El amanecer nos encontró mudos,
las miradas, las manos y los cuerpos
habían hablado lo suficiente,
entre los versos huracanados del amor.
tempestades de golondrinas
gotas rotas y cristalinas
de fangales trocados en calma.
Olía a peligro el silencio,
pues se apropiaba la soledad
de la carne herida y pútrida,
sangrando besos de recuerdos.
Un blues sonaba con su llanto,
hasta dejar la piel congelada;
en esa huella enmarañada de tristeza
me encontró el andén de la tarde.
Con el silbó de un tren furioso
se escuchó el ruido de la llave,
giré, lentamente sin entender nada
y una luna de sonrisas, me deslumbró.
No hubo palabras ¿para qué?
un abrazo eterno de estrellas,
hizo trizas la melancolía
que trastornaba el universo.
El amanecer nos encontró mudos,
las miradas, las manos y los cuerpos
habían hablado lo suficiente,
entre los versos huracanados del amor.
