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Llantos por un amigo

LLANTOS POR UN AMIGO

Fue en estación otoñal, en caluroso atardecer, dibujados cirros coloreaban los cielos y el gran sol caído se divisaba en el horizonte cubriendo de brillo las doradas arenas de un árido desierto, recuerdo aquel día, ese día, que bajo la tenue luz que desprendía una pequeña bombilla colgada de un blanco cable, iluminando una de las habitaciones de aquella encalada y vieja casa de techo curvado y con arqueados ventanales, de los que tras sus cristales se observaba una misteriosa sombra de un viejo edificio árabe de altos picos al que se denominaba “Zoco”, allí nació, vino a la vida quien fue el más grande de mis amigos, no tuvo por nombre José, ni Antonio, ni Manuel, su nombre fue Tarzán, el nombre que para él elegimos. Aún llevo en mi memoria la imagen de cómo allí postrado sobre aquella pequeña colcha azulada y envuelto en su calor, dormía aquel cachorrillo de piel suave, cubierta de pelo de algodón blanco, no necesitaba hablar, no necesitaba palabras para dar aviso, para pedir, para ofrecer, lo hacía con sus pequeños ladridos, Tarzán siempre compañero, rebosante de sentimientos, de ternura y cariño, sí, él fue mi más fiel amigo.

Pasaba en tiempos de niñez, aún no había cumplido yo los ocho años de edad, los días iban transcurriendo en aquellas tierras de escasa población, recuerdo como en noches junto a Tarzán y tumbado sobre la fina arena, bajo aquel oscuro cielo, colmado de infinidad de estrellas resplandecientes, de inmensa luna blanca y el brillo de luceros, a Tarzán como de si de un niño se tratara, le iba recitando pequeñas historias y cantándole melodías infantiles creadas en frases verso a verso hasta quedar los dos dormidos, o aquellas tardes que también a través de los grandes ventanales, veíamos como los huracanados vientos alzaban el polvo de arena cegando soles y cielo, vientos que soplaban con gran fuerza y que nos asustaban sus rugidos.

Tenía Tarzán ya cuatro años de edad cumplidos, cuando llegó el momento de la agónica despedida, yo debía partir a la lejanía y separarme de mi fiel amigo, cruzar el océano hasta nuevas tierras. Allí en aquel momento del adiós quedó él, junto a mi familia, sus ojos miraban a los míos, transmitían gran tristeza, noté en él que presentía una despedida eterna, al tiempo que lanzaba ahogados aullidos, me presionaba un fuerte nudo en la garganta y mi corazón se acongojaba, fui alejándome del lugar hasta que mi vista ya no lo alcanzaba, hasta que mis oídos dejaron de oír sus ahogados aullidos.

Una vez en la nueva ciudad, ya lejos de Tarzán, de mi compañero, del que siempre estuvo conmigo, me envolvía la nostalgia, sentía añoranza, no podía olvidar aquellos tiempos, aquellos años, aquellos días vividos. En una de las noche cuando dormía, sobresaltado desperté a gritos, corrí por las habitaciones, anduve por los largos pasillos, había visto en mi sueño a Tarzán, a mi cachorro, a mi fiel amigo, lo ví en aquel sueño, en el escuché sus aullidos, sentí su llamada, me pedía auxilio.

Después de pasados dos años llegó el ansiado reencuentro, regresaron de aquellas lejanas tierras mis padres y hermanos, era una temprana mañana de cielo gris, de lloviznas e intenso frío. El día sombrío parecía predecir la mala noticia que mi hermano me anunciaría, la respuesta a mi pregunta sobre dónde se encontraba mi amigo Tarzán, fue tajante en su respuesta, no se anduvo con rodeos, Tarzán ya no vivía, un desalmado, un asesino que vestía levita de color negro y armado con un gran palo acabó con su vida. Comenzaron a resbalar lágrimas sobre mi mejilla, los cielos lloraban, el día vestía de luto, miré a las alturas, alcé mi mirada a los cielos, el agua que caía se mezclaba con mis lágrimas a la vez que iba diciendo ¡lo presentía, vino mi amigo hasta mí, para despedirse, anunciando lo ocurrido, lo vi en mi sueño!.

Ya pasaron nueve lustros, ya los años en hombre me han convertido y aún me duele el alma, aún lloro como un niño por la falta de Tarzán, por la falta de mi gran amigo. Nunca pude entender como pueden existir en este mundo personas faltas de sentimientos. A ellos, a estas personas va dirigida esta reflexión “ Tarzán no era un humano, pero sabía de humanidad, Tarzán no era una persona, pero tenía sentimientos, Tarzán no sabia de lenguajes pero transmitía amor y cariño, Tarzán era un gran y fiel amigo que sin dudarlo hubiera dado la vida por defender al que fuera su amigo y por ello a estas personas les digo:

“Tarzán ya no existe, pero hay otros, da igual su nombre, sea Tobi, sea Nuca, sea Blanca, sea Nube o sea Araco, de ellos hay mucho que aprender y a alguno de ellos como compañía, de niños podíais haber tenido, así hubierais aprendido lo que significa amistad, amor y cariño, y así hubierais conocido el dolor cuando falta el amigo”.

Hoy en las oscuras noches sigo alzando mi mirada a los cielos, y observo las estrellas y el brillo de luceros, como hacíamos en aquellas tierras donde quedaron sus restos, allí junto a las costas del Atlántico, donde abrasa la arena, donde el sol es fuego, donde mi gran amigo sembró su silencio. Allí donde el recuerdo me lleva, donde ruge el viento, yace Tarzán, mi gran amigo, mi fiel compañero.

A ti, mi gran amigo, te dedico este verso para que lo lleves contigo.

La amistad de un amigo es como el alma en un cuerpo, que aunque se separe de él, perdura siempre en lo eterno.

Juan Carlos Heras Espada
 
Última edición:

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
LLANTOS POR UN AMIGO

Fue en estación otoñal, en caluroso atardecer, dibujados cirros coloreaban los cielos y el gran sol caído se divisaba en el horizonte cubriendo de brillo las doradas arenas de un árido desierto, recuerdo aquel día, ese día, que bajo la tenue luz que desprendía una pequeña bombilla colgada de un blanco cable, iluminando una de las habitaciones de aquella encalada y vieja casa de techo curvado y con arqueados ventanales, de los que tras sus cristales se observaba una misteriosa sombra de un viejo edificio árabe de altos picos al que se denominaba “Zoco”, allí nació, vino a la vida quien fue el más grande de mis amigos, no tuvo por nombre José, ni Antonio, ni Manuel, su nombre fue Tarzán, el nombre que para él elegimos. Aún llevo en mi memoria la imagen de cómo allí postrado sobre aquella pequeña colcha azulada y envuelto en su calor, dormía aquel cachorrillo de piel suave, cubierta de pelo de algodón blanco, no necesitaba hablar, no necesitaba palabras para dar aviso, para pedir, para ofrecer, lo hacía con sus pequeños ladridos, Tarzán siempre compañero, rebosante de sentimientos, de ternura y cariño, sí, él fue mi más fiel amigo.

Pasaba en tiempos de niñez, aún no había cumplido yo los ocho años de edad, los días iban transcurriendo en aquellas tierras de escasa población, recuerdo como en noches junto a Tarzán y tumbado sobre la fina arena, bajo aquel oscuro cielo, colmado de infinidad de estrellas resplandecientes, de inmensa luna blanca y el brillo de luceros, a Tarzán como de si de un niño se tratara, le iba recitando pequeñas historias y cantándole melodías infantiles creadas en frases verso a verso hasta quedar los dos dormidos, o aquellas tardes que también a través de los grandes ventanales, veíamos como los huracanados vientos alzaban el polvo de arena cegando soles y cielo, vientos que soplaban con gran fuerza y que nos asustaban sus rugidos.

Tenía Tarzán ya cuatro años de edad cumplidos, cuando llegó el momento de la agónica despedida, yo debía partir a la lejanía y separarme de mi fiel amigo, cruzar el océano hasta nuevas tierras. Allí en aquel momento del adiós quedó él, junto a mi familia, sus ojos miraban a los míos, transmitían gran tristeza, noté en él que presentía una despedida eterna, al tiempo que lanzaba ahogados aullidos, me presionaba un fuerte nudo en la garganta y mi corazón se acongojaba, fui alejándome del lugar hasta que mi vista ya no lo alcanzaba, hasta que mis oídos dejaron de oír sus ahogados aullidos.

Una vez en la nueva ciudad, ya lejos de Tarzán, de mi compañero, del que siempre estuvo conmigo, me envolvía la nostalgia, sentía añoranza, no podía olvidar aquellos tiempos, aquellos años, aquellos días vividos. En una de las noche cuando dormía, sobresaltado desperté a gritos, corrí por las habitaciones, anduve por los largos pasillos, había visto en mi sueño a Tarzán, a mi cachorro, a mi fiel amigo, lo ví en aquel sueño, en el escuché sus aullidos, sentí su llamada, me pedía auxilio.

Después de pasados dos años llegó el ansiado reencuentro, regresaron de aquellas lejanas tierras mis padres y hermanos, era una temprana mañana de cielo gris, de lloviznas e intenso frío. El día sombrío parecía predecir la mala noticia que mi hermano me anunciaría, la respuesta a mi pregunta sobre dónde se encontraba mi amigo Tarzán, fue tajante en su respuesta, no se anduvo con rodeos, Tarzán ya no vivía, un desalmado, un asesino que vestía levita de color negro y armado con un gran palo acabó con su vida. Comenzaron a resbalar lágrimas sobre mi mejilla, los cielos lloraban, el día vestía de luto, miré a las alturas, alcé mi mirada a los cielos, el agua que caía se mezclaba con mis lágrimas a la vez que iba diciendo ¡lo presentía, vino mi amigo hasta mí, para despedirse, anunciando lo ocurrido, lo vi en mi sueño!.

Ya pasaron nueve lustros, ya los años en hombre me han convertido y aún me duele el alma, aún lloro como un niño por la falta de Tarzán, por la falta de mi gran amigo. Nunca pude entender como pueden existir en este mundo personas faltas de sentimientos. A ellos, a estas personas va dirigida esta reflexión “ Tarzán no era un humano, pero sabía de humanidad, Tarzán no era una persona, pero tenía sentimientos, Tarzán no sabia de lenguajes pero transmitía amor y cariño, Tarzán era un gran y fiel amigo que sin dudarlo hubiera dado la vida por defender al que fuera su amigo y por ello a estas personas les digo:

“Tarzán ya no existe, pero hay otros, da igual su nombre, sea Tobi, sea Nuca, sea Blanca, sea Nube o sea Araco, de ellos hay mucho que aprender y a alguno de ellos como compañía, de niños podíais haber tenido, así hubierais aprendido lo que significa amistad, amor y cariño, y así hubierais conocido el dolor cuando falta el amigo”.

Hoy en las oscuras noches sigo alzando mi mirada a los cielos, y observo las estrellas y el brillo de luceros, como hacíamos en aquellas tierras donde quedaron sus restos, allí junto a las costas del Atlántico, donde abrasa la arena, donde el sol es fuego, donde mi gran amigo sembró su silencio. Allí donde el recuerdo me lleva, donde ruge el viento, yace Tarzán, mi gran amigo, mi fiel compañero.

A ti, mi gran amigo, te dedico este verso para que lo lleves contigo.

La amistad de un amigo es como el alma en un cuerpo, que aunque se separe de él, perdura siempre en lo eterno.

Juan Carlos Heras Espada


Muy buena tu prosa y muy acertada los perros son el mejor amigo del hombre porque nos brindan todo y no piden nada,porque con muy poco se conforman ,porque nos acompañan y forman parte de nuestras familias integrándose de tal modo con un amor correspondido y fiel que su partida duele,se sufre y mucho aunque ya no se sea un niño.
La reflexión excelente,muchos seres humanos deberán aprender de los Tarzán en el mundo y seguramente el mundo sería mucho mejor,excelente prosa,gracias por compartir,un beso grande.
 
Juan Carlos, es excelente tu relato, con mucha precisión al narrarlo, un lenguaje rico y con muchos recursos, prolijo en su extructura, atrayente para el lector, impecable tu narración, un abrazo.
 

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