Jorge Toro
Miembro Conocido
Los viejos no son los mismos de tiempos atrás vividos,
es hoy su andar paulatino, inseguro, tembloroso,
tienen los ojos marchitos y su mirar nebuloso,
llevan la espalda encorvada y van sus hombros caídos.
Sus finísimos cabellos son hebras color ceniza,
las arrugas les invaden, sus mejillas descendieron,
poseen extrañas manchas que jamás antes tuvieron,
tienen sus labios resecos y la sonrisa postiza.
Cambió el tenor de su voz, su piel perdió la tersura,
los dolores les acechan, no escuchan ya sus oídos,
la actividad les fatiga, se advierten desfallecidos,
y habitan con el insomnio al llegar la noche oscura.
Sus días son siempre iguales, en su espacio no hay futuro,
despiertan muy de mañana, anticipando la aurora,
pero su mundo transcurre, sin los afanes de otrora,
ensimismados, lejanos, ajenos a todo apuro.
¿En qué pensarán los viejos?, ¿quién ocupará sus mentes?
¿habrán logrado sus metas?, ¿cuáles serán hoy sus sueños?,
¿de dónde obtienen sus fuerzas?,¿ de dónde sacan empeños?,
¿qué esperan para mañana?, ¿qué vislumbran, como ausentes?
Dios tal vez les acompaña, dándoles fuerza y valor,
llenando todos sus días de paciencia y fortaleza,
coronando sus cabezas con ese halo de nobleza,
brindándoles paz interna, moderación y candor.
Ojalá que en símil hora, cuando me convierta en viejo,
sepa hallar tantas virtudes que hasta ahora no poseo,
que el Dios Padre reconforte y acoja igual a este “ateo”,
para verme como ellos cuando me mire al espejo.
Esto imploro porque ahora, aún sabiendo que puedo,
- que tengo sueños en mente y el vigor para luchar-
a veces duda mi alma, me seduce desertar,
y oscilo en la encrucijada de si me voy o me quedo.
Mas logro reaccionar cuando contemplo a los viejos,
que en su postrera carrera continúan sin desmayos,
aferrados a la vida, lleguen truenos, lleguen rayos,
aunque sus días triunfales hace años se fueron lejos.
es hoy su andar paulatino, inseguro, tembloroso,
tienen los ojos marchitos y su mirar nebuloso,
llevan la espalda encorvada y van sus hombros caídos.
Sus finísimos cabellos son hebras color ceniza,
las arrugas les invaden, sus mejillas descendieron,
poseen extrañas manchas que jamás antes tuvieron,
tienen sus labios resecos y la sonrisa postiza.
Cambió el tenor de su voz, su piel perdió la tersura,
los dolores les acechan, no escuchan ya sus oídos,
la actividad les fatiga, se advierten desfallecidos,
y habitan con el insomnio al llegar la noche oscura.
Sus días son siempre iguales, en su espacio no hay futuro,
despiertan muy de mañana, anticipando la aurora,
pero su mundo transcurre, sin los afanes de otrora,
ensimismados, lejanos, ajenos a todo apuro.
¿En qué pensarán los viejos?, ¿quién ocupará sus mentes?
¿habrán logrado sus metas?, ¿cuáles serán hoy sus sueños?,
¿de dónde obtienen sus fuerzas?,¿ de dónde sacan empeños?,
¿qué esperan para mañana?, ¿qué vislumbran, como ausentes?
Dios tal vez les acompaña, dándoles fuerza y valor,
llenando todos sus días de paciencia y fortaleza,
coronando sus cabezas con ese halo de nobleza,
brindándoles paz interna, moderación y candor.
Ojalá que en símil hora, cuando me convierta en viejo,
sepa hallar tantas virtudes que hasta ahora no poseo,
que el Dios Padre reconforte y acoja igual a este “ateo”,
para verme como ellos cuando me mire al espejo.
Esto imploro porque ahora, aún sabiendo que puedo,
- que tengo sueños en mente y el vigor para luchar-
a veces duda mi alma, me seduce desertar,
y oscilo en la encrucijada de si me voy o me quedo.
Mas logro reaccionar cuando contemplo a los viejos,
que en su postrera carrera continúan sin desmayos,
aferrados a la vida, lleguen truenos, lleguen rayos,
aunque sus días triunfales hace años se fueron lejos.
Última edición: