Matilde Maisonnave
Miembro Conocido
Maldita lengua
Demasiado largo ese camino
teniendo vastedades sin orillas;
mares de polvo era el oleaje.
Recorrí la luz por muchos años
sin saber cual sería mi destino…
Un bello abismo me sedujo al fin.
Caí como tórtola gloriosa,
cual puro “Pensamiento”,
así intacta me quería.
Sin cruce con ortigas venenosas;
de corolas firmes entre pérgolas,
de linaje perfumado.
Sin espurios vergonzantes ni tatuajes…
Llegó la oscuridad como semilla
sembrando cardales de desdicha.
Inmersa en mis delirios
profano las deidades de los tiempos,
aquellas de los bosques; los Elfos;
Dríadas y nereidas, sin senos
ni velos… sin alas ni tiempo;
sólo busco a Eros.
Caigo ante cascadas de silencios
abundan las palabras del cerebro.
Veo girasoles como molinillos
tragándose al sol
cayendo en campo abierto,
siento el estupor de verlo todo.
Hasta el miedo veo
espantado de sí mismo,
chorreando sangre sus arterias
sin atreverse a lamer su propia herida.
Con filosofía me debato:
¿Por qué es mi amiga la noche?
¿Son los sueños inconscientes?
¿Es la muerte la salida?
¿Por qué la vida no es mía?
¿Dónde comienza el umbral?
Se me cruzan los benditos vértigos,
inoportunamente trastabillo,
retumban las sienes, los martillos del oído,
el zumbido de la calesita...
Trepanan mis huesos.
La araña prosigue su tela en mi techo.
¡No puede la maldita ser lengua de poeta!
Matilde Maisonnave
Demasiado largo ese camino
teniendo vastedades sin orillas;
mares de polvo era el oleaje.
Recorrí la luz por muchos años
sin saber cual sería mi destino…
Un bello abismo me sedujo al fin.
Caí como tórtola gloriosa,
cual puro “Pensamiento”,
así intacta me quería.
Sin cruce con ortigas venenosas;
de corolas firmes entre pérgolas,
de linaje perfumado.
Sin espurios vergonzantes ni tatuajes…
Llegó la oscuridad como semilla
sembrando cardales de desdicha.
Inmersa en mis delirios
profano las deidades de los tiempos,
aquellas de los bosques; los Elfos;
Dríadas y nereidas, sin senos
ni velos… sin alas ni tiempo;
sólo busco a Eros.
Caigo ante cascadas de silencios
abundan las palabras del cerebro.
Veo girasoles como molinillos
tragándose al sol
cayendo en campo abierto,
siento el estupor de verlo todo.
Hasta el miedo veo
espantado de sí mismo,
chorreando sangre sus arterias
sin atreverse a lamer su propia herida.
Con filosofía me debato:
¿Por qué es mi amiga la noche?
¿Son los sueños inconscientes?
¿Es la muerte la salida?
¿Por qué la vida no es mía?
¿Dónde comienza el umbral?
Se me cruzan los benditos vértigos,
inoportunamente trastabillo,
retumban las sienes, los martillos del oído,
el zumbido de la calesita...
Trepanan mis huesos.
La araña prosigue su tela en mi techo.
¡No puede la maldita ser lengua de poeta!
Matilde Maisonnave