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Mis zapatos

Nadie sabía a ciencia cierta cuántos años llevaba allí aquella zapatería. No era un establecimiento convencional, vendían zapatos antiguos restaurados.
Cada vez que bajaba a la ciudad me detenía delante del escaparate con ganas de entrar, aunque no sé por qué razón no lo hacía.
Aquella tarde fue distinta. La dueña se asomó a través de los cristales y me hizo señas para que pasara dentro. Azorada y sin saber negarme subí las tres escaleras que me separaban de la entrada.
El sitio era increíble, casi parecía un museo. Todo tipo de zapatos se erguían orgullosos en los estantes. Había un ambiente enigmático que te seducía a mirarlos, como si de obras de arte se tratase.
—Busca los tuyos — dijo la dueña.
Sonreí y seguí recorriendo el establecimiento admirada por tan bella exposición hasta que mis ojos se toparon… Tacón de aguja muy alto, punta estrecha y aquella piel negra fina que tanto me gustaba, tafilete. Tenían un pequeño arañazo muy bien disimulado en la punta.
¡Era imposible, no podía ser!, aquellos zapatos eran los míos. Los había comprado hace algo más de treinta años, los recordaba porque los adquirí para una ocasión muy especial y el mismo día que los estrené los había arañado en ese mismo sitio.
—Pruébatelos, te irán perfectos. —me instó la dependienta.
Sin dudarlo un instante deslice mis pies dentro de ellos. Súbitamente todo a mí alrededor cambió, incluso yo. De repente tenía 17 años, me sentía contenta y nerviosa al mismo tiempo. Ese día llegaba el amor de mi vida del servicio militar, por fin asomaba por la esquina. Alto, guapo, con ese aire arrogante y esa sonrisa picara que me volvía loca.
—Estás preciosa — me susurró al oído.
Nos cogimos de la mano y paseamos. Aquel sólo era uno de tantos momentos maravillosos que vivimos juntos.
¿Se estaría burlando de mí aquel extraño viaje en el tiempo? El destino nos había separado sin tan siquiera un adiós y no supe mas de él, aunque eso no impidió que le guardara en mi corazón con tanta fuerza como para recordarle cada día.
El zarandeo al que me sometió la dependienta me hizo regresar a la realidad.
—Te dije que encontrarías los tuyos — Afirmo la dueña, orgullosa.
—Quédatelos. Eso sí, has de llevarlos puestos hasta casa para que cumplan su función.
No entendía nada. Ni tan si quiera le pregunté, por qué. Me sentía envuelta en una profunda nostalgia que me impedía articular palabra. Salí de allí con los zapatos puestos y ensimismada en mis recuerdos. No me fije en las escaleras y tropecé. Antes de caer al suelo unos brazos como por arte de magia me rescataron.
—¡Qué torpe, lo siento! —dije avergonzada, sin atreverme a levantar la mirada.
—Unos zapatos preciosos, Raquel. ¿Crees que aguantaran un paseo… un paseo hasta el fin de nuestros días?
 

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