Valiente es la mujer que concluye un amor dando la espalda,
doblegando el orgullo y corrompiendo su mirada.
Se acomoda los tirantes, desempolva el semblante
y sin dar marcha atrás olvida los instantes.
¡Bravo por la mujer valiente!
Porque nadie la comprende.
Su impío cinismo ha desbordado enemistades,
que con furor a cualquiera persuade.
Curvilíneo cuerpo que miente por placer
para no desenterrar amores que la han herido sin querer.
¡Dios la hizo astuta! No tiene un pelo de inocencia,
pues sumerge a los hombres en el manicomio de su entrepierna.
La rutina la tiene cansada, pero no saciada.
Usa tacones altos para seducir al sediento, y ya teniéndolo,
concluye la noche con un beso en la frente y un "¡Hasta luego!".
Y aunque ya ha pasado lo peor,
aún sufro,
aún recuerdo,
aún lloro.
Todos esos meses detrás de su sombra limpiando como perro sus heridas,
sacando las espinas de su alma de una en una para que no se rinda,
para finalmente darme cuenta de lo vacía que se veía.
Ella no lo notaba, y yo tampoco se lo decía;
pero el daño que devolvía
por fin estaba cobrando vida.
Poco a poco se desvanecía la mujer valiente,
relámpagos de alcohol brotaban por mis venas;
pues en efecto, también se terminaban mis faenas.
Mis tristezas, ya convalecientes me advertían; mas yo ni pensar podía.
Tortuosamente había acabado la espera,
recuerdo no haber demorado ni un segundo en derramar mis mejores canciones,
mis mejores poesías.
¡Qué días aquellos donde cantar solía!
Hoy la veo en otra plaza,
con otro hombre,
y de nuevo regresa mi turbia melancolía.
Mis ojos ya empañados,
sufridos,
cansados,
ni saludarle querían,
y no los culpo, pues quién podría.
No hay un final feliz en estos versos solamente dilapidé mi ser,
mi vida.
doblegando el orgullo y corrompiendo su mirada.
Se acomoda los tirantes, desempolva el semblante
y sin dar marcha atrás olvida los instantes.
¡Bravo por la mujer valiente!
Porque nadie la comprende.
Su impío cinismo ha desbordado enemistades,
que con furor a cualquiera persuade.
Curvilíneo cuerpo que miente por placer
para no desenterrar amores que la han herido sin querer.
¡Dios la hizo astuta! No tiene un pelo de inocencia,
pues sumerge a los hombres en el manicomio de su entrepierna.
La rutina la tiene cansada, pero no saciada.
Usa tacones altos para seducir al sediento, y ya teniéndolo,
concluye la noche con un beso en la frente y un "¡Hasta luego!".
Y aunque ya ha pasado lo peor,
aún sufro,
aún recuerdo,
aún lloro.
Todos esos meses detrás de su sombra limpiando como perro sus heridas,
sacando las espinas de su alma de una en una para que no se rinda,
para finalmente darme cuenta de lo vacía que se veía.
Ella no lo notaba, y yo tampoco se lo decía;
pero el daño que devolvía
por fin estaba cobrando vida.
Poco a poco se desvanecía la mujer valiente,
relámpagos de alcohol brotaban por mis venas;
pues en efecto, también se terminaban mis faenas.
Mis tristezas, ya convalecientes me advertían; mas yo ni pensar podía.
Tortuosamente había acabado la espera,
recuerdo no haber demorado ni un segundo en derramar mis mejores canciones,
mis mejores poesías.
¡Qué días aquellos donde cantar solía!
Hoy la veo en otra plaza,
con otro hombre,
y de nuevo regresa mi turbia melancolía.
Mis ojos ya empañados,
sufridos,
cansados,
ni saludarle querían,
y no los culpo, pues quién podría.
No hay un final feliz en estos versos solamente dilapidé mi ser,
mi vida.
