Arturo González
Miembro Activo
Era Penélope de menuda complexión
Y fuertes rasgos,
Su color ténue pero vivo;
Nacarado. . .
Cual perla silvestre.
Piel tibia y aterciopelada.
Sus brazos eran cual viento de mayo.
Su melena, crespa pero sana,
Y bruna, que a la luz del ocaso
Cobraba un brillo de bronce,
Reposaba sobre hombros pequeños;
Pero bien definidos,
Que entre prenda y prenda,
Dejaban ver su mármol pulido.
En sus ojos quedó el lecho sombrío,
Como si viniese del mar
O un río la hubiese parido,
Y eran estos observantes,
Grandes y entreabiertos
Y con un gesto cansado.
Sobre ellos se posaban
Firmes pobladas cejas,
Que delineaban
Absolutas emociones. . .
Cortantes expresiones.
Su frente era lisa y amplia,
Con las marcas
De una vida apresurada.
Tenía dentadura buena
Y la mordida maciza,
Y quijada aguda y firme,
Que guiaba a una boca extensa,
Con una mueca atravesada.
Sus manos, que no concordaban
Con su menudencia,
Pues eran anchas y bordeadas,
Pero perfectas en proporción;
Y sus pies, sus rodillas,
Y en mayoría sus articulaciones
Mostraban las marcas de una niñez inquieta,
De caídas y de golpes,
De historias que perduran en la memoria,
De anécdotas que se atesoran,
Y que dejaron huella en su cuerpo,
E hicieron a Penélope
La joven viva y simple que recuerdo.
Más de varias veces vi
Aquellos ojos que me siguen en sueños;
Color avellana. . .
Color río. . .
Color fuego.
Más que menos veces besé
Aquellos labios trémulos,
Su boca abundante en discursos y versos.
Y compartí sus marcas de nacimiento,
Su frente llena de virtudes,
Sazonada con algunos defectos.
Así era Penélope, así la conocí,
Así la describo. . .
Así la recuerdo.
Septiembre 10, 2014
Y fuertes rasgos,
Su color ténue pero vivo;
Nacarado. . .
Cual perla silvestre.
Piel tibia y aterciopelada.
Sus brazos eran cual viento de mayo.
Su melena, crespa pero sana,
Y bruna, que a la luz del ocaso
Cobraba un brillo de bronce,
Reposaba sobre hombros pequeños;
Pero bien definidos,
Que entre prenda y prenda,
Dejaban ver su mármol pulido.
En sus ojos quedó el lecho sombrío,
Como si viniese del mar
O un río la hubiese parido,
Y eran estos observantes,
Grandes y entreabiertos
Y con un gesto cansado.
Sobre ellos se posaban
Firmes pobladas cejas,
Que delineaban
Absolutas emociones. . .
Cortantes expresiones.
Su frente era lisa y amplia,
Con las marcas
De una vida apresurada.
Tenía dentadura buena
Y la mordida maciza,
Y quijada aguda y firme,
Que guiaba a una boca extensa,
Con una mueca atravesada.
Sus manos, que no concordaban
Con su menudencia,
Pues eran anchas y bordeadas,
Pero perfectas en proporción;
Y sus pies, sus rodillas,
Y en mayoría sus articulaciones
Mostraban las marcas de una niñez inquieta,
De caídas y de golpes,
De historias que perduran en la memoria,
De anécdotas que se atesoran,
Y que dejaron huella en su cuerpo,
E hicieron a Penélope
La joven viva y simple que recuerdo.
Más de varias veces vi
Aquellos ojos que me siguen en sueños;
Color avellana. . .
Color río. . .
Color fuego.
Más que menos veces besé
Aquellos labios trémulos,
Su boca abundante en discursos y versos.
Y compartí sus marcas de nacimiento,
Su frente llena de virtudes,
Sazonada con algunos defectos.
Así era Penélope, así la conocí,
Así la describo. . .
Así la recuerdo.