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Poema 20
Llega… La Navidad
Pasan las horas, los días,
y llega, como siempre y sin ninguna fatiga
en el tránsito, la Navidad.
Ella sigue igual,
le sienta bien el paso del tiempo
y no hay canas que delaten que ha envejecido.
Yo sí, a mí me delata el pelo blanquecino,
las fotografías, los recuerdos,
las cicatrices de carámbano que han dejado
los ausentes en mi piel.
Pero llega la Navidad…
sobre este asfalto agrietado
que tiende sus brazos a los mendigos, a los proscritos,
a los niños que llevan presas en su corazón
infinitas guerras cotidianas,
al verdugo que se aloja cobardemente en la penumbra
y nos quita todo, hasta la voz y los ojos,
las manos y las piernas,
y sobre esta muerte que reserva billete con mi nombre.
Pero llega la Navidad…
vuelve una estrella a retener su brillo
en la humedad ambulante de las hojas de mi almanaque,
mientras un ángel cruza el horizonte a ras de tierra
y me nace un niño que acaricia panes y peces,
que me hilvana en la camisa su luz y su esperanza
sobre un sueño que se hace transitable.
Llega, y por unos días, no me preocupa perder el autobús
ni siquiera saber cuántos números acerté en la primitiva,
si se enfrió el café que dejé encima de la mesa
o si hoy funciona el cajero de mi calle.
Llega la Navidad…
y como siempre ablanda todos los rincones con alegrías,
refleja en mis ojos ternura de abrazos infinitos
y es posible alimentarse de los gestos más simples,
de las cosas sencillas que hacen
que mi corazón o el tuyo siga latiendo
en la pequeñez inmensa de los encuentros,
de los paisajes que destierran soledades,
en los instantes de ternuras que desnudan las distancias.
Llega, aun así y cuando la vida
no ha dejado baladas en las manecillas del reloj donde he crecido
andando a su lado con zapatos de huérfano.
Llega la Navidad…
y ocurre que, aún hoy, me ha encontrado con ese avidez intacta
de irme a dormir con villancicos debajo de la almohada.
Llega… La Navidad
Pasan las horas, los días,
y llega, como siempre y sin ninguna fatiga
en el tránsito, la Navidad.
Ella sigue igual,
le sienta bien el paso del tiempo
y no hay canas que delaten que ha envejecido.
Yo sí, a mí me delata el pelo blanquecino,
las fotografías, los recuerdos,
las cicatrices de carámbano que han dejado
los ausentes en mi piel.
Pero llega la Navidad…
sobre este asfalto agrietado
que tiende sus brazos a los mendigos, a los proscritos,
a los niños que llevan presas en su corazón
infinitas guerras cotidianas,
al verdugo que se aloja cobardemente en la penumbra
y nos quita todo, hasta la voz y los ojos,
las manos y las piernas,
y sobre esta muerte que reserva billete con mi nombre.
Pero llega la Navidad…
vuelve una estrella a retener su brillo
en la humedad ambulante de las hojas de mi almanaque,
mientras un ángel cruza el horizonte a ras de tierra
y me nace un niño que acaricia panes y peces,
que me hilvana en la camisa su luz y su esperanza
sobre un sueño que se hace transitable.
Llega, y por unos días, no me preocupa perder el autobús
ni siquiera saber cuántos números acerté en la primitiva,
si se enfrió el café que dejé encima de la mesa
o si hoy funciona el cajero de mi calle.
Llega la Navidad…
y como siempre ablanda todos los rincones con alegrías,
refleja en mis ojos ternura de abrazos infinitos
y es posible alimentarse de los gestos más simples,
de las cosas sencillas que hacen
que mi corazón o el tuyo siga latiendo
en la pequeñez inmensa de los encuentros,
de los paisajes que destierran soledades,
en los instantes de ternuras que desnudan las distancias.
Llega, aun así y cuando la vida
no ha dejado baladas en las manecillas del reloj donde he crecido
andando a su lado con zapatos de huérfano.
Llega la Navidad…
y ocurre que, aún hoy, me ha encontrado con ese avidez intacta
de irme a dormir con villancicos debajo de la almohada.
