Yuretzis Garcia
Miembro Activo
Una noche oscuramente brillante
Y fue así como lo conocí.
En el taller de pintura,
tú siempre con restos de tempera, carboncillo y acuarela en las manos,
y yo con la cabeza sumida en mis libros de literatura,
en esas historias de Horacio Quiroga con dramas desesperados,
pero lo que más me llamaba la atención es que nunca se sabía lo que podía suceder.
Ya eran las seis, la hora de salida, y yo observaba disimuladamente como en esos tres meses tu cabello oscuro y brillante alborotado de una forma hermosa cerca de tu rostro de ángel transfigurándose con los colores de cada cuadro que hacías.
Joven aplicado, músico y pintor, yo con mis ojos detrás de unos lentes y mi rostro detrás de un libro.
Ya pronto acabaría el curso y solo había logrado de ti un “hola” ese día lluvioso donde llegué a la escuela empapada,
y tú alzando la mirada me respondiste el “hola” con una sonrisa ¡Wau, qué esplendor! Porque yo sentí que a mis 19 años el salón se iluminaba al ritmo de cada pestañar y la vida se concentraba en el retorno de tus ojos.
Hoy es el último día del taller, ya es 29 de marzo y esta cobarde no pudo decir: “te invito un café” ¡Qué hermosos cuadros! ¿Quieres que te relate el final de mi libro?
Reloj no te confabules en mi desgracia, solo espera un momento, me armaré del valor que no tuve en estos tres meses, pero nada de esto sucedió y te fuiste.
De eso ya han pasado tres meses más.
Camino en una noche oscuramente brillante observando cuadros que me dibujen la alegría,
y entre la muchedumbre descubro mi rostro tallado en un lienzo, pero…
¿Quién me ha dibujado? Y siguiendo las letras en su orden especial decodifico tu nombre y antes de que pudiera pronunciarlo escucho tu voz a la altura de mi oreja diciéndome:
- te invito un café, siempre admiré tu técnica al dibujar ¿Puedes contarme la historia de alguno de esos libros que llevabas al taller?...
De mi autoria.
Y fue así como lo conocí.
En el taller de pintura,
tú siempre con restos de tempera, carboncillo y acuarela en las manos,
y yo con la cabeza sumida en mis libros de literatura,
en esas historias de Horacio Quiroga con dramas desesperados,
pero lo que más me llamaba la atención es que nunca se sabía lo que podía suceder.
Ya eran las seis, la hora de salida, y yo observaba disimuladamente como en esos tres meses tu cabello oscuro y brillante alborotado de una forma hermosa cerca de tu rostro de ángel transfigurándose con los colores de cada cuadro que hacías.
Joven aplicado, músico y pintor, yo con mis ojos detrás de unos lentes y mi rostro detrás de un libro.
Ya pronto acabaría el curso y solo había logrado de ti un “hola” ese día lluvioso donde llegué a la escuela empapada,
y tú alzando la mirada me respondiste el “hola” con una sonrisa ¡Wau, qué esplendor! Porque yo sentí que a mis 19 años el salón se iluminaba al ritmo de cada pestañar y la vida se concentraba en el retorno de tus ojos.
Hoy es el último día del taller, ya es 29 de marzo y esta cobarde no pudo decir: “te invito un café” ¡Qué hermosos cuadros! ¿Quieres que te relate el final de mi libro?
Reloj no te confabules en mi desgracia, solo espera un momento, me armaré del valor que no tuve en estos tres meses, pero nada de esto sucedió y te fuiste.
De eso ya han pasado tres meses más.
Camino en una noche oscuramente brillante observando cuadros que me dibujen la alegría,
y entre la muchedumbre descubro mi rostro tallado en un lienzo, pero…
¿Quién me ha dibujado? Y siguiendo las letras en su orden especial decodifico tu nombre y antes de que pudiera pronunciarlo escucho tu voz a la altura de mi oreja diciéndome:
- te invito un café, siempre admiré tu técnica al dibujar ¿Puedes contarme la historia de alguno de esos libros que llevabas al taller?...
De mi autoria.
