Mi ropa ya no huele a ti
a ese perfume que me embriagaba
que me hacía recorrer los lugares por donde pasabas.
Los botones de mis camisas
ya no huelen a ti
al tacto de tus dedos al abrocharlas
para dejarlas impecables
cuadro con cuadro, raya con raya.
Mis sábanas ya no huelen a ti
ni a tu sudor
ni a tu pudor o tu llama.
Mis manos…
ya no huelen a tus manos
ni mis labios a tus labios
ni mis ojos a tu cielo
ni tu pelo a mi nariz
Ya no huele a nada;
no hay aroma, ni matiz.
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