Jorge Toro
Miembro Conocido
Cada día regresa, ya en la noche,
su mirada sin brillo, cabizbaja,
caminando silente, por el borde
del atajo que lleva a su morada.
Presurosa -temiendo a los hampones-
abre presta la puerta de su casa
y ya adentro coloca el picaporte
que le brinde en la noche alguna calma.
Es su techo un cuartucho frío y pobre
con apenas un baño, una jofaina,
un fogón emplazado sobre adobes
y a manera de armario, varias tablas.
Ella habita en los últimos rincones
de la inmensa ciudad en que trabaja,
de la regia mansión de mil balcones
donde están sus faenas cotidianas.
Incontables quinquenios, desde joven,
lleva ya en las tareas de la casa
atendiendo las múltiples labores
y caprichos dictados por su ama.
Al servicio de dos generaciones
se pasaron sus años, sin más nada;
al morirse, de viejos, sus señores
la progenie insistió que se quedara.
Nada espera que cambie o que mejore
en su andar que llegó a edad de canas,
solo vive sin ver un horizonte
diferente del hoy, al que se abraza.
Ella intuye que pronto sus patrones
dejarán de emplearla por anciana;
y por ello llorosa reconoce
su mañana sombrío sin su paga.
Amanece y mirando los albores
se dirige al trabajo muda y lasa,
aunque igual -al llegar a esos portones-
deberá transformar a bien su cara...
su mirada sin brillo, cabizbaja,
caminando silente, por el borde
del atajo que lleva a su morada.
Presurosa -temiendo a los hampones-
abre presta la puerta de su casa
y ya adentro coloca el picaporte
que le brinde en la noche alguna calma.
Es su techo un cuartucho frío y pobre
con apenas un baño, una jofaina,
un fogón emplazado sobre adobes
y a manera de armario, varias tablas.
Ella habita en los últimos rincones
de la inmensa ciudad en que trabaja,
de la regia mansión de mil balcones
donde están sus faenas cotidianas.
Incontables quinquenios, desde joven,
lleva ya en las tareas de la casa
atendiendo las múltiples labores
y caprichos dictados por su ama.
Al servicio de dos generaciones
se pasaron sus años, sin más nada;
al morirse, de viejos, sus señores
la progenie insistió que se quedara.
Nada espera que cambie o que mejore
en su andar que llegó a edad de canas,
solo vive sin ver un horizonte
diferente del hoy, al que se abraza.
Ella intuye que pronto sus patrones
dejarán de emplearla por anciana;
y por ello llorosa reconoce
su mañana sombrío sin su paga.
Amanece y mirando los albores
se dirige al trabajo muda y lasa,
aunque igual -al llegar a esos portones-
deberá transformar a bien su cara...
Última edición: