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Un buen motivo para matar

La noche parecía más oscura que cualquiera de las que había vivido hasta entonces. Conducía mi automóvil por una calle sin nombre en un pueblo perdido. El parabrisas se movía deprisa mientras en la radio sonaba una melodía que no llegaba a reconocer. El vientre me ardía; la bala parecía de brasas en vez de plomo. El pañuelo que sujetaba con fuerza sobre la herida estaba empapado y no admitía más sangre. Mientras me dejaba llevar por mi solitaria huida mis pensamientos me llevaban años atrás.
Mi vida era corriente, aburrida, insulsa; mi nombre se perdería sin que nadie lo recordarse jamás, hasta que mi mujer me dijo que ya no me quería y que me fuera de casa. Me pareció todo tan irreal que cogí mi maleta y me marché sin tan siquiera pedir una explicación. Me busqué una pensión, y dos semanas más tarde me enteré por una amiga de ella que había metido en mi cama a un monitor de ese fantástico gimnasio al que iba, y que estúpido de mí, yo había sido el inductor de que se apuntara. Fui muy enfadado a pedirla cuentas, cuando un bigardo que me sacaba la cabeza y treinta kilos de músculo me dio una paliza. Puede parecer una broma, pero no lo es, me acusaron de violencia de género y me condenaron a una fuerte multa, además de una orden de alejamiento.
La multa y la obligación de seguir pagando la hipoteca de la casa me dejaron exhausto. Eso empezó a repercutir en mi trabajo, y pronto fui objeto de numerosas broncas por parte de mi jefe. No podía contarles lo que me pasaba, pues seguro que sería una buena causa de despido, y no encontraba solución, pues el dinero no me llegaba a fin de mes para comer. Paseaba por la calle desesperado cuando vi, tras el cortinaje de la tienda, a la panadera escondiendo unos billetes debajo de una baldosa. El corazón me dio un vuelco y me refugié en un portal cercano. La mujer salió despreocupada, no me había visto fisgar. Cayó la noche sin que yo me atreviera a moverme, no se oía ningún ruido. El escaparate carecía de protección alguna. Cogí un ladrillo del container de una obra cercana; tanto me temblaba el pulso que se me cayó dos veces. Me puse delante del cristal, tomé aire y lo estampé con todas mis fuerzas. Saltó en mil pedazos y me metí en la panadería con la sensación de que sería lo último que haría en mi vida. Agarré un cuchillo del mostrador y con su punta levanté la baldosa. Debajo había una caja de madera que apreté con tanta fuerza que poco falto para partirme los dedos. Salí corriendo como alma que lleva el diablo sin mirar ni un momento atrás.
El cargo de conciencia fue terrible, ni que decir tiene que no me acerqué a menos de cinco manzanas del lugar de mi delito en las siguientes semanas, pero esa sensación se fue mitigando según llegaba el fin de mes y podía seguir comiendo. El dinero robado me alcanzaría para cuatro meses, y antes de finalizar el plazo empecéa seguir a un usurero que conocía todo el barrio. Fernando era lo más parecido a un tentempié con piernas. El trasero era tan grande que desbordaba las sillas por los dos lados, de pelo ralo y grasiento, piel sanguinolenta y dientes amarillos, expresión de asco, pero su rasgo más marcado sin duda es ser un hijo de puta.Tenía muchos pequeños apartamentos, y los llamo así para dignificar esas pocilgas, donde por un precio abusivo alojaba a inmigrantes ilegales, personas desesperadas, desechos de la sociedad,y unas pocas putas viejas. A algunas de las chicas, cuando no llegaban apagarle, las obligaba a hacerle trabajos sexuales para no echarlas. Me imaginé que tendría algún escondite donde guardar el dinero, que siendo tan sucio no podría ingresar en el banco sin delatarse, pero no averiguaba donde. Uno de los días me aposté en la planta de arriba de uno de sus inquilinos. Salió dando un portazo y con unos cuantos billetes en la mano. Se desabrocho el pantalón, donde llevaba una pequeña taleguilla y los metió allí. Seguro que tendría otro escondite donde meter el grueso del dinero, pero al menos sabía donde había una parte.
Una mañana al llegar al trabajo todos me miraban de reojo, el jefe me llamó a su despacho. Me despedían por rendir poco. Le supliqué y le expliqué mi situación, pero nada cambió. Cogí la indemnización y salí de allí con la rabia metida en el corazón. Fui derecho a buscar a Fernando, rondé media mañana antes de verle, estaba en el apartamento de una polaca. La chica era guapilla, pero muy lenta de pensamiento, y era una de las habituales víctimas del gordo. En el callejón, siempre lleno de basura, recogí lo necesario, una barra de dos palmos de hierro y un trozo de tela que me lo até al modo de los vaqueros. Iba dispuesto a derribar la puerta, pero al tocar el picaporte comprobé que esta abierta. Con sigilo me colé a dentro y me encontré al usurero de espaldas a mí, con los pantalones bajados y a la chica haciéndole una felación. Ninguno de los dos me vio. Con toda la rabia que llevaba en el alma descargué un golpe en la cabeza de él. Se abrió como si fuera una sandía. Un líquido viscoso mezclado con sangre empezó a brotar de la raja mientras Fernando se balanceaba. Le di un pequeño empujón y se derrumbó encima de la chica, que al ver la mole que se le caía encima empezó a gritar. Sin pensarlo dos veces le quité la taleguilla y el manojo de llaves, amordacé a la chillona incapaz de moverse con tantos kilos encima, y corrí hasta la casa del muerto. Revolví todo sin encontrar nada, hasta que me acordé de la panadera. Golpeé con cuidado y paciencia el suelo y paredes buscando un hueco, en cinco minutos localicé un pequeño hueco en la pared debajo cama. Una de las llaves abría una pequeña trampilla, y dentro de ella una caja fuerte. Saqué todo y me fui con el menor ruido posible. Lo que robé era lo equivalente a diez años de sueldo.
Alquilé una modesta casa en un barrio residual, donde la policía no suele pasar, y compré un viejo coche a nombre de un muerto. Rápido comprobé que nadie en ese lugar me delataría, a los chivatos se les encontraba con los ojos arrancados y la lengua cortada. Una vez organizado pagué a dos matones, Juan y Juaquín, para que dieran una paliza al culo prieto del novio de mi mujer, por lo que sé se ensañaron, creo que disfrutaron de lo lindo. No debió de quedarle la menor duda de lo peligroso que era seguir con ella. Después me acerqué al juzgado para presentar los papeles del despido, y que por lo tanto, al carecer de medios y sintiéndolo en el alma, dejaría de pagar la hipoteca. Disfrutaba imaginándome su cara al ver que si no se quería quedar en la calle tendría que doblar el espinazo.
Alguna noche me asaltaba el fantasma de mi víctima, pero duraba poco rato, siempre había vivido al remolque de los acontecimientos y ahora me veía gobernando el timón. Me sentía poderoso, eso hizo que los remordimientos no fueran más que una pequeña molestia. Recapacité, sabía que tendría dinero para bastante tiempo si gastaba con mesura, y me planteé dar los golpes de tarde en tarde, con más tranquilidad y preparación, pero la sangre me ardía. En tan solo un mes ya di dos golpes ayudado por mis secuaces. Fue en un almacén de licores y en un taller de peletería. No estuvieron mal, pero me desagradaba el tener que vender luego el material robado, demasiada gente en el mismo negocio, bastante tenía con las juergas que mis socios se corrían después de un trabajo. Decidí dar un golpe en un banco, pues me interesaba el dinero contante y sonante, pero fue un fracaso, con las cajas fuertes con retardo apenas consigues unos cuantos miles, y el riesgo aumenta mucho. Así que me decidí por las empresas. Fiché a un figura especializado en abrir cajas fuertes. Estudiábamos bien la empresa con golfillos que se sacaban unas perras por vigilarlas y pasarnos la información, entrabamos por la noche y reventábamos la caja. En caso de haber vigilantes sujetaba a Juan y Joaquín para que solo les amordazaran y salieran indemnes del atraco.
Durante unos meses acumulé bastante dinero, casi no gastaba nada, todo se reducía a alguna prostituta del barrio y unas cuantas botellas de bourbon que vaciaba con avidez entre atraco y atraco. Pasaba las horas muertas gastando munición en una nave abandonada, mejorando visiblemente mi puntería y mi rapidez, nunca me separaba de mis dos Glock, mis verdaderas amantes, sin ellas estoy como desnudo. Pero todo me parecía poco, me sentía como esas botellas que terminaba estrellando contra el suelo llevado por mi embriaguez, quitando el breve momento que salíamos a trabajar y que un dulzor picante subía por mi garganta. Llegué a añorar la insulsa vida que tenía no mucho tiempo antes, pero en la que cualquier novedad me suponía un soplo de aire fresco.
Cometí un error grande por ese insaciable sentimiento de vacío, decidí tomar más riesgos de los que serían razonables. Empecé a asaltar casas de ricos. Sus alarmas resultaron una pesadilla y tuvimos que salir corriendo más de una vez perseguidos por la policía. Nuestras imágenes se distribuyeron por todas las comisarías, seguro que habíamos robado a unos cuantos amigos y donantes del político de turno, tanta eficacia no era normal. Nos escondimos unas cuantas semanas en las que casi llego al delirio, la inactividad me producía una fiebre que hacía arder mi alma como si se tratase del mismo infierno. Vi la luz cuando uno de los golfillos me informó que en una nave se movía mucho dinero todos los miércoles a media noche. Seguramente estarían lavando dinero. Lo lógico es que no hiciera nada, pero la fiebre me nubló. El siguiente miércoles estábamos allí a las 11 de la noche. Me extrañó mucho ver a dos matones vigilando la puerta, eso me llamó a la precaución, pero mis dos perros les redujeron antes de que pudiera evitarlo y se colaron. Ya no había solución. Nos apostamos tras unas cajas protegidos por la oscuridad. En el centro de la nave se encontraban dos Mercedes de lunas tintadas con sendos chóferes y acompañantes. A la legua se notaba que estaban más acostumbrados a disparar que a leer; no me gustaba nada. En una pequeña oficina del fondo se apagó la luz y salió un hombre menudo de gafas redondas y zapatos brillantes,seguido de otros dos matones con una maleta grande en cada mano. Antes de darme cuenta sonó una detonación y el primero de ellos cayó al suelo con la cabeza agujereada. Acto del reflejo saqué mis dos chicas y empecé a disparar, las balas se cruzaron y muchas silbaron cerca de mi oído, pero la sorpresa estuvo a nuestro favor y en unos momentos yacían los siete cuerpos en el suelo sin vida. Sin poder evitarlo me dirigí a Juan y le estampé un puñetazo en mitad del rostro, sangraba en abundancia sin saber de donde. Le advertí que la próxima vez que empezara un tiroteo sin que yo lo ordenase le mataría. Recogimos las maletas y salimos corriendo. Llegamos a mi casa y las abrimos allí. ¡La habíamos cagado!. Dos de las maletas llevaban paquetes de cocaína sin cortar y las otras dos dinero, mucho dinero. Nos habíamos metido en la boca del lobo. No tenía duda alguna que se trataba de traficantes, y estos no se andaban con bromas. Les ordené a mis cómplices que mantuvieran la boca cerrada y que tuvieran los ojos muy abiertos, pues me temía lo peor. Sin decir nada a nadie me hice con otro coche y los escondí en una corrala abandonada que estaba cerca de mi casa. Por los callejones busqué la manera de acercarme a él sin ser visto. Dejé listo el camino y metíen el maletero el dinero, la coca, algo de ropa, armas y munición como para empezar una pequeña guerra. Los siguientes dos días no dormí apenas, cualquier ruido me sobresaltaba. La tercera noche estaba dormitando en el sillón cuando el ruido de un motor me despertó. Me asomé a la ventana, y aunque no veía nada lo intuía, ya estaban allí, ya nos habían localizado. Vi como Juan y Joaquín se escurrían entre las sombras y entraban sigilosos por mi puerta. Les chisté y se sobresaltaron. Con una señal de la cabeza les indiqué que me siguieran. Eché a andar para la parte trasera con la intención de ir a por el coche, pero mi cabeza me dijo que algo no andaba bien, la mirada de estos dos me pareció extraña, más turbia de lo habitual, y eso de seguirme sin rechistar en vez de tirar depistola tan poco me cuadraba. Oí el pequeño click de un percutor. Me giré rápido mientras sacaba mis dos queridas pistolas de la funda y empezaba a disparar sin apenas ver nada. Los dos cabrones me habían vendido por salvar su vida o por algunos miles. Los disparos iluminaban la estancia como el flash de un fotógrafo. Un golpe fuerte me derribó al suelo, pero eso no evitó que siguiera disparando. Vi sus cuerpos caer, como si fueran dos árboles talados. Me levanté, y un líquido caliente corría por mi pierna sin que la oscuridad me permitiera ver que era. Salí por la puerta trasera antes de que una lluvia de balas cubrieran toda la casa, esos traficantes no pensaban dejar con vida a nadie allí, ni a los delatores. Huí por el camino que me había preparado y salí de allí con las luces apagadas. Cuando llegué a la loma pude ver como entraban casa por casa matando a todos los que les parecía,buscándome como sabuesos en una cacería, ávidos de sangre.
Ahora andaba por un pueblo perdido, buscando un médico que me extrajeraesa bala, con un maletero cargado y una botella llena, no de burbon, si no de odio y venganza. Ya tenía un motivo para vivir, para dejar esos días anodinos que borraría de mi vida de un plumazo. Ahora había muerto ese hombre insulso abatido por las circunstancias. Ahora había nacido de nuevo, mamando hiel en vez de leche. Ahora tenía sentido mi vida...instalar el miedo en el corazón de esos traficantes. Ahora si tengo un nombre: Miky Muerte.
 
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MARIPOSA NEGRA

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ahhhhhhhhhhh señor muerteeeeee jajajaja, tremendo relato Javi, mira que el odio transforma más que corazones, transforma vidas, arrasando todo a su paso, eres un geniooooooooooooo, me encantó tu relato, una cosita, cuando ocupe quitar a alguien de enmedio ejem ejem, en privado me pasas tus tarifas? jajajaja espero que manejes descuentos para los cuates, un placer enorme leerte, besos señor pistolero
 
Wooooooww ya se a quién llamar cuando nesecite servicios de este estilo, jajajajajaja, Impresionante relato, absolutamente magnífico en verdad eres un genio en este tipo de historias. Felicitaciones Javier por esta maravillosa prosa, aplausos, reputación y saludos amigo poeta


 
waoo Una historia que cautiva, pareciera estar viendo una de esa películas de acción de pistoleros ; P, no quisiera toparme con Micky Muerte jeeje, me encanto disfrutar de una prosa con tantos ingredientes, saludos cordiales para ti Javier Tomas :)
 
Me ha gustado tu relato de principio a fin. Uno se mete muy bien en la historia. Es increible como le puede cambiar la vida a uno en muy poco tiempo... Bueno ese final. Placer leerte, Javier. Abrazos.
 
Muy interesante tu relato Javier, has sabido mantener el hilo y la emoción de principio a fin y la calidad de tu relato es excelente. Menuda trama con matones, infidelidades y problemas laborales y de salud. te felicito por la buena calidad de tu relato y te envío un fuerte abrazo amigo.
 

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