cocuzza3105
Miembro Conocido
UN DESLIZ
A su edad era hermosa
con cuarenta en su cuenta
y apariencia de unos treinta,
pero era quisquillosa,
refinada y orgullosa;
En el pueblo la buscaban,
los muchachos merodeaban
intentando su conquista,
o al menos una pista,
pero nunca lo lograban.
Ella era petulante,
pues sabía que su estado
con sus curvas, ¡Un pecado!,
era más que elegante,
y la hacía arrogante;
Es que a dieta mantenía
porque solo ella comía
verduritas y legumbres,
que ya eran sus costumbres,
otras cosas no quería.
Asistía al gimnasio
para estar, ella, muy bella,
y, un… dos… tres…, era la estrella.
Su cabello siempre lacio
ocupaba en el espacio
casi todo el atractivo
de ese grupo colectivo,
que haciendo un esfuerzo
de un modo tan inverso,
adelgazar… su objetivo.
En una cena invitada
en la tentación cayó,
porque esa noche comió
sin medirse, la zafada;
No había solo ensalada…
le entró a la carne servida,
empanadas y más comida
como nunca lo había hecho,
pensando en un derecho
que ofrecían en su vida.
Al otro día, quemando
las calorías de más,
quiso sentirse en paz;
Y así fue que esforzando
se mató ejercitando.
Y haciendo abdominales,
cuando estaba en las finales,
un estruendo fue sentido,
y también les fue olido,
por el grupo de rivales.
Las miradas se clavaron
en su rostro rubicundo,
pues el hecho nauseabundo,
el que todos escucharon
en conjunto, y gozaron,
era un flato impecable,
el que fue insoportable,
que intentó disimular,
así mismo engañar,
con la tos inexplicable.
Risotadas por lo bajo
se sintió en el salón,
fueron más que un montón
que decían: ¡uy… carajo!
ahora rubia… ¡pan y ajo!
Con bronca se fue ligero
con su andar muy traicionero,
porque vieron la evidencia
del desliz, en consecuencia,
bien marcada en su trasero.
Ángel César Cocuzza.
A su edad era hermosa
con cuarenta en su cuenta
y apariencia de unos treinta,
pero era quisquillosa,
refinada y orgullosa;
En el pueblo la buscaban,
los muchachos merodeaban
intentando su conquista,
o al menos una pista,
pero nunca lo lograban.
Ella era petulante,
pues sabía que su estado
con sus curvas, ¡Un pecado!,
era más que elegante,
y la hacía arrogante;
Es que a dieta mantenía
porque solo ella comía
verduritas y legumbres,
que ya eran sus costumbres,
otras cosas no quería.
Asistía al gimnasio
para estar, ella, muy bella,
y, un… dos… tres…, era la estrella.
Su cabello siempre lacio
ocupaba en el espacio
casi todo el atractivo
de ese grupo colectivo,
que haciendo un esfuerzo
de un modo tan inverso,
adelgazar… su objetivo.
En una cena invitada
en la tentación cayó,
porque esa noche comió
sin medirse, la zafada;
No había solo ensalada…
le entró a la carne servida,
empanadas y más comida
como nunca lo había hecho,
pensando en un derecho
que ofrecían en su vida.
Al otro día, quemando
las calorías de más,
quiso sentirse en paz;
Y así fue que esforzando
se mató ejercitando.
Y haciendo abdominales,
cuando estaba en las finales,
un estruendo fue sentido,
y también les fue olido,
por el grupo de rivales.
Las miradas se clavaron
en su rostro rubicundo,
pues el hecho nauseabundo,
el que todos escucharon
en conjunto, y gozaron,
era un flato impecable,
el que fue insoportable,
que intentó disimular,
así mismo engañar,
con la tos inexplicable.
Risotadas por lo bajo
se sintió en el salón,
fueron más que un montón
que decían: ¡uy… carajo!
ahora rubia… ¡pan y ajo!
Con bronca se fue ligero
con su andar muy traicionero,
porque vieron la evidencia
del desliz, en consecuencia,
bien marcada en su trasero.
Ángel César Cocuzza.
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