María del Mar Ponce López
Moderadora de Prosas Compartiendo Tristezas
Un mendrugo de amor (tercetos encadenados)
Te quise como nadie, no lo dudes,
te entregué lo que fui sin pedir nada,
te di todo mi ser, mis inquietudes.
Eras dulce canción de mi alborada.
Tanto amor te ofrecí que soy de hielo,
presa por el candor de tu mirada.
Mi corazón se fue cerca del cielo,
tú fuiste su enemigo, su verdugo,
está sin vida, triste, por el suelo.
Pedí de tu pasión solo un mendrugo
cual pobre sin orgullo y solitario,
un mendrugo de amor, que fue mi yugo.
Y pasa lentamente el calendario,
el tiempo se convierte en penitencia,
las horas son mi cruz y mi calvario.
Debo vivir así, sin tu presencia
y olvidar lo que llevo en las entrañas,
mas muero de dolor por esta ausencia.
Con tu recuerdo siento que me arañas.
Tú sembraste un jardín con amapolas
y se llenó de cardos y de cañas.
En mi mar ya no quedan caracolas,
ni sirenas, ni espuma, ni sonido,
se pararon la nubes y las olas.
El alma se despoja de su nido
cuando no se alimenta de los sueños
y vuela por el mundo sin sentido.
La amargura y la pena son los dueños
del eterno principio de mi suerte,
sin luchas, sin razones, sin empeños.
Soy la dama perenne de la muerte.
María del Mar Ponce López
Reservados derechos de autor
Te quise como nadie, no lo dudes,
te entregué lo que fui sin pedir nada,
te di todo mi ser, mis inquietudes.
Eras dulce canción de mi alborada.
Tanto amor te ofrecí que soy de hielo,
presa por el candor de tu mirada.
Mi corazón se fue cerca del cielo,
tú fuiste su enemigo, su verdugo,
está sin vida, triste, por el suelo.
Pedí de tu pasión solo un mendrugo
cual pobre sin orgullo y solitario,
un mendrugo de amor, que fue mi yugo.
Y pasa lentamente el calendario,
el tiempo se convierte en penitencia,
las horas son mi cruz y mi calvario.
Debo vivir así, sin tu presencia
y olvidar lo que llevo en las entrañas,
mas muero de dolor por esta ausencia.
Con tu recuerdo siento que me arañas.
Tú sembraste un jardín con amapolas
y se llenó de cardos y de cañas.
En mi mar ya no quedan caracolas,
ni sirenas, ni espuma, ni sonido,
se pararon la nubes y las olas.
El alma se despoja de su nido
cuando no se alimenta de los sueños
y vuela por el mundo sin sentido.
La amargura y la pena son los dueños
del eterno principio de mi suerte,
sin luchas, sin razones, sin empeños.
Soy la dama perenne de la muerte.
María del Mar Ponce López
Reservados derechos de autor