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Una calle de bagdad

UN PEQUEÑO Y SENTIDO HOMENAJE
A NUESTROS
COMPAÑEROS DE LA VIDA,
LOS LIBROS.


UNA CALLE DE BAGDAD.
©Derechos reservados del texto

Autor: Miguel F. Romero 15/05/2013 Argentina.

Caminaba vacilante por la calle de la plaza del mercado. Sus flacas y débiles piernitas hacían lo que podían para soportar el peso de las bolsitas con especias perfumadas que le ayudaba a su padre a llevar hasta su puesto en el mercado.
Samyd, caminaba rápido, tratando de mantener el paso de su padre, Yasser, que transportaba una enorme bolsa en su flaca espalda y una ametralladora de origen ruso, que colgaba de su hombro.
Sorteaba con agilidad los escombros acumulados en la calle y evitaba los enormes pozos de las bombas sin soltar su preciosa carga. Llegaron. Inmediatamente armaron su puesto y se pusieron a trabajar.

Rato después, la primera bomba cayó muy cerca de Yasser, quien tomó de la cintura a Samyd, su hijo, y comenzó a correr en dirección a su casa, o lo que quedaba de ella. Otra bomba estalló muy cerca ya de su casa y decidió cambiar de dirección, corriendo hacia unas montañas cercanas.
Siempre corriendo, pasaron por la calle donde su mujer y su hija habían desaparecido debajo de una masa de escombros, de un enorme edificio que las sepultó, tras unas enormes explosiones, hacia exactamente un mes.
De pronto Samyd se desprendió de los brazos de su padre y comenzó a correr en dirección a las bombas y a su casa. Desesperado, Yasser lo alcanzó y lo detuvo.

Gritando en medio del estruendo, para hacerse oír, decía, “No regreses, Samyd, recuerda, tu madre y tu hermanita, ya están con nuestro amado Alá”. “No padre, quiero regresar para traer el tesoro que me mandó el tío Abraham, de Argentina” y con un rápido movimiento se escapó nuevamente perdiéndose entre las nubes de tierra y escombros que levantaban las bombas.
Desesperado y llorando, con el terror y el miedo pintado en su cara, Yasser comenzó a correr casi a ciegas en dirección a su casa, hasta que le rozó su cabeza una esquirla de bomba y perdió el conocimiento, en medio de la destruida calle.
Despacio, comenzó a reaccionar, con un dolor que le partía la cabeza.
No sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente, pero calculó que fueron algunas horas, el sol ya apuntaba hacia el ocaso.
Se tocó la cabeza y notó que tenía un vendaje sobre ella.
Se dio cuenta que estaba en el pozo de una bomba y recordó que le había enseñado a su hijo Samyd que “en el caso de un bombardeo, ése es un lugar seguro, casi nunca cae otra bomba en el mismo lugar”.
Seguramente Samyd, en un supremo esfuerzo, con sus menguadas fuerzas de niño, lo había arrastrado hasta allí.
Giró su cabeza y vio a su hijo querido, sentado a su lado.
Tenía sus manos muy lastimadas, seguramente había excavado en los escombros de su casa para encontrar su sagrado tesoro, una de sus regalos más queridos. Pero se lo veía feliz. Samyd miró a su padre, contento porque había despertado y le mostró su preciado tesoro.

En una caja metálica de proyectiles, que había forrado su interior con unos trazos de cortinas de terciopelo, con sus puntas quemadas por los incendios, guardaba celosamente sus tres joyas más preciadas que ya los sabía de memoria de tanto leerlos, y soñar con su alma de niño, las aventuras de “El Principito” y su mejor amigo el zorro, y como en un mágico ensueño, cabalgaba en el lomo de Platero, el burrito de hocico frio y piel de algodón, del libro “Platero y yo” de la mano de Salgari, buscando los tesoros de “La Montaña de Luz”. Y se adentraba con su alma, a pesar de las bombas, del dolor y su sangre en la magia de los libros, imaginando un mundo distinto.

Con inmenso amor acariciaba sus preciosos libros, sus tesoros, tratando de no mancharlos, con sus deditos lastimados y manchados con sangre, mientras su padre lo miraba y se le deslizaban de sus ojos casi secos de tanto dolor, lagrimas calientes, en su rostro curtido por las heridas y la vida.
Murmuraba entre sus labios una profunda oración, “Gracias amado Alá, por haberle conservado su tesoro, sus libros, a mi querido hijo.
Y así fue.
 
UN PEQUEÑO Y SENTIDO HOMENAJE
A NUESTROS
COMPAÑEROS DE LA VIDA,
LOS LIBROS.


UNA CALLE DE BAGDAD.
©Derechos reservados del texto

Autor: Miguel F. Romero 15/05/2013 Argentina.

Caminaba vacilante por la calle de la plaza del mercado. Sus flacas y débiles piernitas hacían lo que podían para soportar el peso de las bolsitas con especias perfumadas que le ayudaba a su padre a llevar hasta su puesto en el mercado.
Samyd, caminaba rápido, tratando de mantener el paso de su padre, Yasser, que transportaba una enorme bolsa en su flaca espalda y una ametralladora de origen ruso, que colgaba de su hombro.
Sorteaba con agilidad los escombros acumulados en la calle y evitaba los enormes pozos de las bombas sin soltar su preciosa carga. Llegaron. Inmediatamente armaron su puesto y se pusieron a trabajar.

Rato después, la primera bomba cayó muy cerca de Yasser, quien tomó de la cintura a Samyd, su hijo, y comenzó a correr en dirección a su casa, o lo que quedaba de ella. Otra bomba estalló muy cerca ya de su casa y decidió cambiar de dirección, corriendo hacia unas montañas cercanas.
Siempre corriendo, pasaron por la calle donde su mujer y su hija habían desaparecido debajo de una masa de escombros, de un enorme edificio que las sepultó, tras unas enormes explosiones, hacia exactamente un mes.
De pronto Samyd se desprendió de los brazos de su padre y comenzó a correr en dirección a las bombas y a su casa. Desesperado, Yasser lo alcanzó y lo detuvo.

Gritando en medio del estruendo, para hacerse oír, decía, “No regreses, Samyd, recuerda, tu madre y tu hermanita, ya están con nuestro amado Alá”. “No padre, quiero regresar para traer el tesoro que me mandó el tío Abraham, de Argentina” y con un rápido movimiento se escapó nuevamente perdiéndose entre las nubes de tierra y escombros que levantaban las bombas.
Desesperado y llorando, con el terror y el miedo pintado en su cara, Yasser comenzó a correr casi a ciegas en dirección a su casa, hasta que le rozó su cabeza una esquirla de bomba y perdió el conocimiento, en medio de la destruida calle.
Despacio, comenzó a reaccionar, con un dolor que le partía la cabeza.
No sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente, pero calculó que fueron algunas horas, el sol ya apuntaba hacia el ocaso.
Se tocó la cabeza y notó que tenía un vendaje sobre ella.
Se dio cuenta que estaba en el pozo de una bomba y recordó que le había enseñado a su hijo Samyd que “en el caso de un bombardeo, ése es un lugar seguro, casi nunca cae otra bomba en el mismo lugar”.
Seguramente Samyd, en un supremo esfuerzo, con sus menguadas fuerzas de niño, lo había arrastrado hasta allí.
Giró su cabeza y vio a su hijo querido, sentado a su lado.
Tenía sus manos muy lastimadas, seguramente había excavado en los escombros de su casa para encontrar su sagrado tesoro, una de sus regalos más queridos. Pero se lo veía feliz. Samyd miró a su padre, contento porque había despertado y le mostró su preciado tesoro.

En una caja metálica de proyectiles, que había forrado su interior con unos trazos de cortinas de terciopelo, con sus puntas quemadas por los incendios, guardaba celosamente sus tres joyas más preciadas que ya los sabía de memoria de tanto leerlos, y soñar con su alma de niño, las aventuras de “El Principito” y su mejor amigo el zorro, y como en un mágico ensueño, cabalgaba en el lomo de Platero, el burrito de hocico frio y piel de algodón, del libro “Platero y yo” de la mano de Salgari, buscando los tesoros de “La Montaña de Luz”. Y se adentraba con su alma, a pesar de las bombas, del dolor y su sangre en la magia de los libros, imaginando un mundo distinto.

Con inmenso amor acariciaba sus preciosos libros, sus tesoros, tratando de no mancharlos, con sus deditos lastimados y manchados con sangre, mientras su padre lo miraba y se le deslizaban de sus ojos casi secos de tanto dolor, lagrimas calientes, en su rostro curtido por las heridas y la vida.
Murmuraba entre sus labios una profunda oración, “Gracias amado Alá, por haberle conservado su tesoro, sus libros, a mi querido hijo.
Y así fue.

Muy buen relato amigo
que va como flecha perfumada
directo al corazón del lector,
un acto de valentía
para salvar una de las cosas mas preciada
que tiene la humanidad los libros,
muy pero muy buena prosa,
un abrazo y que no mueran nunca los libros.
 

Maese Josman

********
Miguel, una prosa que entra directa sin atajos hasta el fondo del lector, por su mensaje que recorre la brutalidad de la guerra, la ternura de un padre y un hijo que ya solo se tienen el uno al otro y ese tesoro que muchos no ven y si que lo es, el libro...pozo de sabiduría y fiel compañero.
Me gusto mucho amigo mío. Un abrazote Maese Josman José Manuel
 

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