De origen
aristocrático,
mi madre
una gata persa
y mi padre,
un macho romano,
nací con un ojo malo
y un terrible
defecto
en la paleta.
En una
camada esbelta
mi fealdad
desentonaba
y mi dueña,
sin decir nada
y sumamente molesta,
optó por echarme
a una cesta
y me fue a botar
a la caleta.
Para sobrevivir,
no hay receta,
solo basta
tener hambre.
Sentir en la guata
el calambre
que estimula
el apetito
y por suerte,
allí no falta
un marisquito,
o un esquelón
de reineta.
Con esta
excelente dieta,
crecí fuerte,
muy despierto
y a pesar
de mi ojo tuerto
era bravo en la reyerta,
belicoso, camorrista,
malas pulgas
y bochinchero.
Para defender
el puchero
hay que
mantenerse alerta,
tener,
¡bien cerrada la jeta!
y llegar,
¡siempre primero!
Lo que al comienzo
fue un destierro,
pronto,
se convirtió
en un paraíso.
¡Era el rey
de la caleta,
todos
me pedían permiso!
Los gatos, los perros,
las gaviotas
y los pelícanos.
¡Allá viene
el tuerto chiquillos!
Arrancar
no es cobardía.
Que linda mi cofradía.
¡Como añoro
los tiempos aquellos!,
Pero, nunca
olvidaré el día,
en que todo
se fue al pihuelo…
Resultó que
a la Diego Portales,
llegó una
plaga de ratones
y no faltaron
los hocicones
que dijeron:
- ¡En la caleta,
hay un gato!-
¡Hum!
Cuando supe
la noticia
me imaginé,
de mantel largo.
- ¡A comer te llaman!- grité
Y sin preguntar
más datos,
la caleta abandoné.
¡Tamaña estupidez!
El ratoncito
más chico,
medía, ¡medio metro!
Me han agarrado
del pescuezo
y me han sacado,
cresta y media,
que no me quedó
más remedio
que apretar
cachete pa´l centro
y bajar hasta la caleta.
Pa´colmo,
durante mi ausencia,
la canalla
había elegido
a un nuevo rey.
Un perrazo
del porte
de un buey,
el que
al darse cuenta
de mi presencia,
me pegó un tarascón
en la cepa
y me arrancó
mi ojo bueno.
Desde aquella vez,
el famoso tuerto,
el terror
de la caleta,
el que hacía
temblar
a los muertos,
fue llamado,
simplemente,
…el gato ciego.