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(VIII) Cadaver

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VIII

Por tierras y aguas negras
atravesaba el camino.
Leve declive conduce
al pie de un edificio,
su forma es cuadrada y larga
desde lejos lo había visto.
Sobre el frontis veo grabados
que asemejaban los signos
empleados por los persas,
sus sacerdotes antiguos.
Sin pulir, negro basalto
el palacio construido.
Abre puerta de madera
del cuerpo de Cipariso.

Cálido y húmedo viento
me empuja aire repentino
al centro del aposento,
cerró puertas detrás mío.
Me encontré en la oscuridad,
en las tinieblas distingo
cuando mi vista se adapta
a escasa luz del recinto;
todo como ébano negro
bóveda pared y el piso.

De un cuadro que vi pintado
aprecié el detalle nimio;
como el caballo que en Troya
fuere artefacto ofensivo
provocándole la ruina.
Lleva en el flanco el equino
por caer, un hombre muerto
que se desliza sombrío.

En otro vi un esqueleto,
un cadáver corrompido,
se le agitan sobre el rostro
de podredumbre los bichos
devorando la sustancia
de la que fueren nativos.
Un brazo ya descarnado
dejaba sus huesos vistos.

Parado junto al cadáver
un hombre en rojo atavío
se esforzaba en levantarlo;
sobre de su frente el brillo
de una estrella y en sus piernas
borceguíes de negro tintos.

Sobre tres láminas negras
lucen de plata unos signos.
Una encima, otra debajo
la tercera al centro mismo.
Deambulo toda la sala
después de que los descifro.

Debo estar por nueve días.
En rincón ensombrecido
un montón de tierra negra
rica en animal detrito
quise algún poco tomar.
Fuerte una voz de barítono
imperiosa me detuvo
me dijo “Te lo prohíbo”
“Solo ochenta y siete años
lleva esta tierra en su sitio
colocada en esta sala”
Sigue vibrando el sonido
“Faltan otros trece años,
después tú y los otros hijos
de Dios, la podrán usar”

Era un templo el edificio
del “Silencio y de la Muerte”
El tiempo que fue prescrito
de mi permanencia allí
ya había transcurrido.
Salí por la puerta opuesta
luces vi de poco brillo,
en torno a la sala negra,
no era lo bastante vivo.

Debía cruzar otro lago
para alcanzar edificios,
dieciocho días por aguas
cada vez con menos limo
que al avanzar se aclaraban.
Hermoso verde cobrizo
tiñó mi agrisado manto.
Cuando alcancé el bordillo
por gradas de mármol blanco,
subí en pos de mi destino.
 
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