Nolberto Marin
Miembro Conocido
En un risco nevado de los Andes,
un cóndor retozaba con delirio,
y agitando a la vez sus alas grandes
rogaba a Dios el fin de su martirio.
La noche es larga y agoniza el día,
y azotado por ráfagas del viento,
con aflicción su corazón latía
al soportar su trágico momento.
Aquel día funesto, en la alborada,
su amada compañera estaba inerte,
en el lar de su cálida morada,
inmóvil, a las puertas de la muerte.
Recordaba pasadas aventuras,
que al lado de su amada compañera,
desafiaban las místicas alturas
a la luz celestial de primavera.
Y náufrago en el mar de su fracaso,
soportando el dolor de su impotencia
aquella tarde umbría del ocaso,
rogaba al cielo el fin de su existencia.
Y el cóndor, majestad de los desiertos,
esperaba su eterna despedida
al gélido terruño de los muertos,
en busca de su amada consentida.
Y una noche, sumido en el mutismo,
abrió sus alas, temblorosa mente,
Y arrojándose al fondo del abismo
puso fin a su vida, eternamente.
un cóndor retozaba con delirio,
y agitando a la vez sus alas grandes
rogaba a Dios el fin de su martirio.
La noche es larga y agoniza el día,
y azotado por ráfagas del viento,
con aflicción su corazón latía
al soportar su trágico momento.
Aquel día funesto, en la alborada,
su amada compañera estaba inerte,
en el lar de su cálida morada,
inmóvil, a las puertas de la muerte.
Recordaba pasadas aventuras,
que al lado de su amada compañera,
desafiaban las místicas alturas
a la luz celestial de primavera.
Y náufrago en el mar de su fracaso,
soportando el dolor de su impotencia
aquella tarde umbría del ocaso,
rogaba al cielo el fin de su existencia.
Y el cóndor, majestad de los desiertos,
esperaba su eterna despedida
al gélido terruño de los muertos,
en busca de su amada consentida.
Y una noche, sumido en el mutismo,
abrió sus alas, temblorosa mente,
Y arrojándose al fondo del abismo
puso fin a su vida, eternamente.
Última edición: