Apático, trashumante,
a la deriva en la vida,
andaba, tumbo por tumbo,
sin brújula ni horizonte.
Pero un farol encendido
apareció de repente
y me condujo a un sendero
que parecía el edén.
Hallé tu rostro, tus ojos,
tu cariñosa palabra;
y unos espléndidos brazos
dispuestos a mi reposo...