Jorge Toro
Miembro Conocido
Otra vez la avisto encima, regresó mi racha mala,
agrediendo como siempre, con su proceder procaz,
solapada, irreverente, sin respeto a la antesala,
repentina, lacerante, pavorosa y pertinaz.
Su película macabra trajo en áspera versión,
más perversa, despiadada, tempestuosa y draconiana;
predispuesta en la ocasión a guardarme en su prisión,
y quitarme para siempre mi jirón de mente sana.
Su punzante melodía me tomó desprevenido:
un silencio inescrutable, cual indicio de la nada,
un vacío sempiterno que taladra en el oído
y parece ser un eco de su bruna carcajada.
Me condujo al fondo oscuro de su tétrica tiniebla,
fulminándome el sosiego y quebrando mi cerebro,
arrastrándome a parajes donde reina turbia niebla,
donde a cada paso caigo y psicótico me quiebro.
Se ha colado en mi interior poseyéndome la entraña,
y un sabor acerbo capto inundándome la boca;
ya percibo el corazón -preso de su telaraña-
a merced de su aguijón que devasta cuanto toca.
Siento su mortal veneno recorriéndome las venas,
y mi sensatez infecta con su fétida poción;
y en esa baldía lucha con mi vendaval de penas,
noto de mi raciocinio su inminente destrucción.
Mi mirada está sombría, dilatada la pupila,
y aunque lágrimas no fluyen su torrente va por dentro;
y mi lerda mente enferma poco a poco se aniquila
entre mil demonios sueltos que concurren a su encuentro.
Sufro angustia y desazón, conmociones en el pecho,
una asfixia sin razón, un dolor indefinido,
y un descenso por un foso, tan umbroso como estrecho,
donde tengo la noción de que todo está perdido.
En mi mente van y vienen mil imágenes confusas,
que discurren incesantes en errática secuencia;
sus inciertas traslaciones, asimétricas, obtusas,
son cabriolas misteriosas de infinita incoherencia.
Llega entonces estruendosa la anarquía radical:
son afines bien y mal; lo sensato, lo incongruente,
lo trivial, lo trascendente, lo ilusorio y lo real…
ese cosmos inaudito exclusivo de un demente.
agrediendo como siempre, con su proceder procaz,
solapada, irreverente, sin respeto a la antesala,
repentina, lacerante, pavorosa y pertinaz.
Su película macabra trajo en áspera versión,
más perversa, despiadada, tempestuosa y draconiana;
predispuesta en la ocasión a guardarme en su prisión,
y quitarme para siempre mi jirón de mente sana.
Su punzante melodía me tomó desprevenido:
un silencio inescrutable, cual indicio de la nada,
un vacío sempiterno que taladra en el oído
y parece ser un eco de su bruna carcajada.
Me condujo al fondo oscuro de su tétrica tiniebla,
fulminándome el sosiego y quebrando mi cerebro,
arrastrándome a parajes donde reina turbia niebla,
donde a cada paso caigo y psicótico me quiebro.
Se ha colado en mi interior poseyéndome la entraña,
y un sabor acerbo capto inundándome la boca;
ya percibo el corazón -preso de su telaraña-
a merced de su aguijón que devasta cuanto toca.
Siento su mortal veneno recorriéndome las venas,
y mi sensatez infecta con su fétida poción;
y en esa baldía lucha con mi vendaval de penas,
noto de mi raciocinio su inminente destrucción.
Mi mirada está sombría, dilatada la pupila,
y aunque lágrimas no fluyen su torrente va por dentro;
y mi lerda mente enferma poco a poco se aniquila
entre mil demonios sueltos que concurren a su encuentro.
Sufro angustia y desazón, conmociones en el pecho,
una asfixia sin razón, un dolor indefinido,
y un descenso por un foso, tan umbroso como estrecho,
donde tengo la noción de que todo está perdido.
En mi mente van y vienen mil imágenes confusas,
que discurren incesantes en errática secuencia;
sus inciertas traslaciones, asimétricas, obtusas,
son cabriolas misteriosas de infinita incoherencia.
Llega entonces estruendosa la anarquía radical:
son afines bien y mal; lo sensato, lo incongruente,
lo trivial, lo trascendente, lo ilusorio y lo real…
ese cosmos inaudito exclusivo de un demente.