Jorge Toro
Miembro Conocido
Lúcido quisiera estar en el día que me muera,
disfrutando de la vida y no en dolorosa espera;
ambiciono estar entonces satisfecho y sosegado,
con mis conflictos resueltos y todo error perdonado.
Aspiro morir feliz, sonriente en mi último aliento,
con la cabeza serena y el espíritu contento;
si pudiese sugerir, digo que morirme anhelo,
recostado en una hamaca, mirando directo al cielo.
Quisiera acoger la muerte en una clara mañana,
bajo la sombra de un árbol y al fondo una mar lejana,
que haya brisa refrescante y azul intenso en el cielo,
un jardín con muchas flores y un traslúcido riachuelo.
Para tal momento ansío no recordar los agravios
con que me han atropellado tantos engreídos “sabios”,
espero haber superado los odios que ahora siento
y albergarlos transformados en hidalgo sentimiento.
En el día de mi muerte no quiero llanto ni flores,
tampoco que alguien se empeñe en pregonar mis valores,
no quiero que asista gente a mirarme en un cajón,
a denigrar en susurros y actuar con falsa emoción.
Una vez legalizada, que donen todo tejido
y retiren cuanto sirva para sano cometido:
tendones, huesos, cartílagos, órganos, vísceras, músculos;
todos segmentos que sirvan sean grandes o minúsculos.
Y, devuelto lo inservible, dispongan su cremación,
sin ruidos ni ceremonias, me inclino por esa opción;
ya eso saben mis parientes, hace tiempo así dispuse,
que reduzcan a cenizas aquello que no se use.
Aspiro que mis cenizas se esparzan sobre el follaje
recóndito y primigenio de algún boscoso paraje,
donde existan animales, florestas y manantiales;
será un final apropiado, no unos sosos funerales.
Que el cuerpo vuelva a la tierra y recupere su esencia,
que una vez deshabitado regrese a su procedencia,
se amalgame con su ancestro y en renovada estructura,
conforme un nuevo organismo, encarne en otra criatura.
Así la noble materia que me acompañó en la vida,
activa estará en el cosmos y no enclaustrada y perdida;
no se aislará por centurias, anodina en una fosa,
sino que será ente vivo tras mutación prodigiosa.
Entre tanto mi conciencia, marchará en secreto viaje,
hacia donde nadie sabe, - no indica rumbo el pasaje -,
hacia la nueva morada que me tenga Dios dispuesta,
y allá llegaré confiando en su bondad y en mi gesta…
disfrutando de la vida y no en dolorosa espera;
ambiciono estar entonces satisfecho y sosegado,
con mis conflictos resueltos y todo error perdonado.
Aspiro morir feliz, sonriente en mi último aliento,
con la cabeza serena y el espíritu contento;
si pudiese sugerir, digo que morirme anhelo,
recostado en una hamaca, mirando directo al cielo.
Quisiera acoger la muerte en una clara mañana,
bajo la sombra de un árbol y al fondo una mar lejana,
que haya brisa refrescante y azul intenso en el cielo,
un jardín con muchas flores y un traslúcido riachuelo.
Para tal momento ansío no recordar los agravios
con que me han atropellado tantos engreídos “sabios”,
espero haber superado los odios que ahora siento
y albergarlos transformados en hidalgo sentimiento.
En el día de mi muerte no quiero llanto ni flores,
tampoco que alguien se empeñe en pregonar mis valores,
no quiero que asista gente a mirarme en un cajón,
a denigrar en susurros y actuar con falsa emoción.
Una vez legalizada, que donen todo tejido
y retiren cuanto sirva para sano cometido:
tendones, huesos, cartílagos, órganos, vísceras, músculos;
todos segmentos que sirvan sean grandes o minúsculos.
Y, devuelto lo inservible, dispongan su cremación,
sin ruidos ni ceremonias, me inclino por esa opción;
ya eso saben mis parientes, hace tiempo así dispuse,
que reduzcan a cenizas aquello que no se use.
Aspiro que mis cenizas se esparzan sobre el follaje
recóndito y primigenio de algún boscoso paraje,
donde existan animales, florestas y manantiales;
será un final apropiado, no unos sosos funerales.
Que el cuerpo vuelva a la tierra y recupere su esencia,
que una vez deshabitado regrese a su procedencia,
se amalgame con su ancestro y en renovada estructura,
conforme un nuevo organismo, encarne en otra criatura.
Así la noble materia que me acompañó en la vida,
activa estará en el cosmos y no enclaustrada y perdida;
no se aislará por centurias, anodina en una fosa,
sino que será ente vivo tras mutación prodigiosa.
Entre tanto mi conciencia, marchará en secreto viaje,
hacia donde nadie sabe, - no indica rumbo el pasaje -,
hacia la nueva morada que me tenga Dios dispuesta,
y allá llegaré confiando en su bondad y en mi gesta…