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El sentido del pánico

El caserón antiguo se hacía inhabitable
para los inquilinos.
Repleto de inquietantes secretos,
con una historia amarga a sus espaldas,
habitáculos sellados a cal y canto,
crujidos y una inmensa oscuridad
en las noches más largas,
cuyos amaneceres reflejaban
tímidamente
los grandes ventanales
del salón donde el péndulo oscilaba
vagamente,
sin la celeridad de antaño.

El jardín era un luto.
Un columpio raído y desgastado,
la caseta del perro abandonado,
y un acopio de sombras y malezas.

Algunos sospechaban que el fantasmal ruido
se había apoderado del recinto.

Los espejos,
a ambos lados del tácito pasillo,
semejaban adornos sin vida y sin recuerdo.

El portón, con su dimensión acústica,
traspasaba el confín de las mustias paredes,
removía el umbral del viejo magnetófono.

El aspecto, el carácter, la afonía, la personalidad
de esta casa, no eran sus ruinas.

Era el último miedo recorrido
tras la palabra.
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
El caserón antiguo se hacía inhabitable
para los inquilinos.
Repleto de inquietantes secretos,
con una historia amarga a sus espaldas,
habitáculos sellados a cal y canto,
crujidos y una inmensa oscuridad
en las noches más largas,
cuyos amaneceres reflejaban
tímidamente
los grandes ventanales
del salón donde el péndulo oscilaba
vagamente,
sin la celeridad de antaño.

El jardín era un luto.
Un columpio raído y desgastado,
la caseta del perro abandonado,
y un acopio de sombras y malezas.

Algunos sospechaban que el fantasmal ruido
se había apoderado del recinto.

Los espejos,
a ambos lados del tácito pasillo,
semejaban adornos sin vida y sin recuerdo.

El portón, con su dimensión acústica,
traspasaba el confín de las mustias paredes,
removía el umbral del viejo magnetófono.

El aspecto, el carácter, la afonía, la personalidad
de esta casa, no eran sus ruinas.

Era el último miedo recorrido
tras la palabra.

Las casas a veces guardan secretos tan ocultos, sentimientos tan profundos que el miedo se aterroriza en las palabras, excelentes versos, un gusto leerte,gracias por compartir, un beso grande.
 

Severino Esteve

Miembro Conocido
El caserón antiguo se hacía inhabitable
para los inquilinos.
Repleto de inquietantes secretos,
con una historia amarga a sus espaldas,
habitáculos sellados a cal y canto,
crujidos y una inmensa oscuridad
en las noches más largas,
cuyos amaneceres reflejaban
tímidamente
los grandes ventanales
del salón donde el péndulo oscilaba
vagamente,
sin la celeridad de antaño.

El jardín era un luto.
Un columpio raído y desgastado,
la caseta del perro abandonado,
y un acopio de sombras y malezas.

Algunos sospechaban que el fantasmal ruido
se había apoderado del recinto.

Los espejos,
a ambos lados del tácito pasillo,
semejaban adornos sin vida y sin recuerdo.

El portón, con su dimensión acústica,
traspasaba el confín de las mustias paredes,
removía el umbral del viejo magnetófono.

El aspecto, el carácter, la afonía, la personalidad
de esta casa, no eran sus ruinas.

Era el último miedo recorrido
tras la palabra.
Al contrario de estos inquilinos, me gusta convivir con los secretos y con la historia de los viejos muros.

Por un momento creí ver reflejada en tus versos mi propia casa; aunque no sé, fidedignamente, en qué siglo se construyó y sus fantasmas se convirtieron en amigos de espacios.
Tétrica esta mirada; pero cada casa lleva adosada su historia... Y esta es intrigante.
Sin miedo alguno puedo decir que me gustó el pánico que traes con tus palabras..
 

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