Fue el día de Navidad; ese día la conocí. Era una mañana fría y soleada como cualquier otra de invierno, pero no era un día cualquiera, era el día siguiente a la Nochebuena, esa noche de cena familiar por antonomasia en la que se esperan muchos regalos y abrazos, quizás demasiados.
No había podido dormir bien, quizás por el vino, acaso por las viandas o tal vez por que los regalos y abrazos habían sido sustituidos por reproches y desavenencias.
Me dispuse a pasear por la avenida observando a los solitarios paseantes que parecían hablar solos aunque alguno de ellos lo hiciera por su teléfono móvil hasta que cansado y aburrido me senté en un banco.
-¿Tú también hablas solo?. Me dijeron a mi espalda.
-Si, creía que estaba solo. Dije mientras observaba su triste belleza.
Desde aquella mañana, todos los años pasamos la Navidad juntos, pero solo esos días y en algún lugar donde estemos solos o no se celebre.
No había podido dormir bien, quizás por el vino, acaso por las viandas o tal vez por que los regalos y abrazos habían sido sustituidos por reproches y desavenencias.
Me dispuse a pasear por la avenida observando a los solitarios paseantes que parecían hablar solos aunque alguno de ellos lo hiciera por su teléfono móvil hasta que cansado y aburrido me senté en un banco.
-¿Tú también hablas solo?. Me dijeron a mi espalda.
-Si, creía que estaba solo. Dije mientras observaba su triste belleza.
Desde aquella mañana, todos los años pasamos la Navidad juntos, pero solo esos días y en algún lugar donde estemos solos o no se celebre.
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